Tres siglos de oscuridad, uno de luz: encuesta romancística en septiembre de 2019
Alejandro Alvarado Fernández, África López Zabalegui y Mónica Valenti Moreno.
Universidad Complutense de Madrid
& Fundación Ramón Menéndez Pidal
“Haciendo a la bondadosa lavandera repetir sus cantos, se nos pasaron las horas, sin tiempo apenas para contemplar el gran eclipse solar que entonces ocurría, y que habiéndonos retenido en aquella vieja ciudad, ya poco significaba para nosotros ante el sol de la tradición castellana que allí alboreaba tras una noche de tres siglos.”
Ramón Menéndez Pidal sobre el descubrimiento de la pervivencia de la tradición oral en Castilla
“Procura tú que tus coplas / vayan al pueblo a parar,
aunque dejen de ser tuyas / para ser de los demás.
Que al fundir el corazón / en el alma popular,
lo que se pierde de nombre / se gana en eternidad.”
La copla, M. Machado
Hace unos meses, a un grupo de estudiantes de la Facultad de Filología de la UCM se nos ocurrió emprender un pequeño viaje por la zona de los Arribes del Duero. Nuestro propósito era realizar una encuesta romancística con la esperanza de recoger documentos etnográficos que pudiesen aportar luz al estado actual de la tradición oral.
Éramos completamente conscientes de la dificultad del proyecto. La naturaleza oral de estas creaciones literarias junto con el creciente cambio en las estructuras sociales dificulta su pervivencia y su consecuente recolección. Las respuestas a nuestra propuesta tampoco fueron muy halagadoras: nos aconsejaron que fuésemos con la idea de volver con las manos vacías. No obstante, y tal vez movidos por un joven romanticismo, hicimos caso omiso de las desesperanzadoras advertencias y nos dispusimos a ello.
Durante la preparación, tuvimos la suerte de encontrar una carta de Federico de Onís, profesor y filólogo, dirigida a don Ramón Menéndez Pidal en septiembre de 1910. En ella da cuenta de la recolección de veintinueve romances en la aldea de Corporario en una sola tarde. Dicha carta fue redactada desde Aldeadávila de la Ribera, lugar donde se alojaba y donde, curiosamente, habíamos decidido alojarnos nosotros también en ese mismo mes de 2019.
Guiándonos por la experiencia de F. de Onís ciento nueve años antes, hicimos nuestra primera parada en Corporario. Aunque no pudimos recoger veintinueve romances, lo cierto es que la experiencia fue satisfactoria; enseguida entramos en contacto con algunas mujeres que aún recordaban algunas de esas “viejas historias” que se cantaban antaño.
Dar con ellas fue realmente fácil. Cuando llegamos al pueblo, sin saber muy bien por dónde empezar, acudimos al sitio por excelencia de reunión en la sociedad española: el bar. Allí, y antes de tener la oportunidad de pedir un café, un parroquiano se dirigió de inmediato a nosotros: “Oye, ¿venís de la tele?”, señalando el equipo fotográfico que llevábamos. Y a pesar de que todavía seguíamos bastante dormidos debido al madrugón que exige la labor filológica, supimos sacar provecho de la oportunidad. Tras contarle nuestro proyecto de buscar “canciones antiguas de la zona” desapareció para volver a los pocos minutos acompañado de dos mujeres que tal vez pudiesen ayudarnos. Y a partir de ahí, la mañana fue coser y cantar; recitaron, llamaron a más mujeres, nos llevaron por sus casas… y nos citaron de nuevo aquella misma tarde.
Después de comer, acudimos al local donde nos habían indicado, y cuál fue nuestra sorpresa al encontrarnos con una corte de señoras que esperaba pacientemente nuestra llegada. Algunas de ellas habían venido incluso de las residencias de ancianos donde pasaban la noche tan solo para poder recordar junto con sus comadres los romances que solían cantar de jóvenes y que aquellos estudiantes que habían venido de la capital tanto ansiaban escuchar.
La sentencia de muerte, una venganza del entretenimiento. El principal problema con el que nos encontramos fue “la gimnasia”. Una de las señoras no se separaba del cuaderno que le había dado la monitora de actividades del centro al que todas ellas acudían semanalmente para cantar y ejercitarse en el arte de no perder la juventud. Para no perder tampoco la memoria, las canciones se reparten por escrito, y así, en un doble golpe bajo a la musa de la tradición, las señoras no recuerdan, leen, y la variación, alma del romancero, se petrifica en un rictus tipográfico.
Casi agotaron el cuaderno de fotocopias, tonada tras tonada, con la sola interrupción de graves discusiones (¡esperanza de los filólogos!) cuando alguna de ellas, que no leía en ese momento, dejaba escapar por entre sus memorias un verso auténtico, el mismo que cantara antaño mientras volvía con sus compañeras de recoger la faena. –¡No es así!–, –¡Que sí, que así era!– Y así hasta que unas a otras se iban secundando y la balanza se inclinaba por la tradición o por la letra impresa.
Afortunadamente, fuimos lo suficientemente hábiles como para poder convencerlas de que nos recitasen también otros textos que no tenían por escrito, pese a las reticencias de la señora del cuaderno, que fue incapaz de encontrar muchos de los romances entre sus cuartillas. Cantando algunos íncipits y preguntando por sus oficios, las fiestas de la zona, sus costumbres… Estas maravillosas señoras se fueron abriendo a nosotros y nos mostraron que todas y cada una de ellas eran pozos de sabiduría popular.
Al final de la tarde estas ocho señoras de entre setenta y noventa años habían consumido las energías de tres veinteañeros, que no tuvieron más remedio que probar la abundante gastronomía de la zona para reponerse.
Una de las observaciones que más nos hizo pensar acerca del estado actual del romancero surgió a la hora de preguntar a los habitantes de los pueblos sobre las ya comentadas “canciones antiguas”. En su mayoría, la gente solía remitirnos a mujeres mayores que, en algunos casos, lo único que conocían eran canciones sin nada que ver con los romances. Para las generaciones posteriores, esas señoras eran percibidas como una autoridad en la materia, como una fuente de conocimientos respaldada por su edad o por el hábito de cantar en misa o enseñar en las escuelas, entre otros.
Sin embargo, dos eran las opciones que encontrábamos por respuesta: por un lado, que aquella sabia mujer conociera los romances de los que hablábamos; por otro, que las mismas personas que nos recomendaban consultar a estos ancianos, al oír cantar los primeros versos de la versión de la zona, resultaran ser ellos mismos conocedores de las canciones que buscábamos.
Así, recorriendo diversos pueblos de la zona, fueron pasando los días de nuestro breve viaje, y nuestros cuadernos se iban llenando de romances, de historias, de vidas y recuerdos… y de alguna que otra canción “de la gimnasia”.
El último día, después de haber visitado Fermoselle y haber pasado por algún que otro pueblo que parecía deshabitado, visitamos Cibanal. Nada más aparcar nos acercamos a dos señoras que estaban tomando el fresco en la puerta de una casa. Después de charlar un rato con ellas, les preguntamos si nos podían ayudar pero una de ellas se negó rotundamente. Claro que guardaba en su memoria canciones de cuando iba a trabajar al campo, pero simplemente no quería recordar. La nostalgia del tiempo pasado.
Dando una vuelta por el pueblo nos encontramos con un grupo de mujeres que nos indicaron que en un día de tanto viento como el que hacía todos los que nos podían ayudar estarían en sus casas. Algo desesperanzados y ya subidos en el coche y con la intención de regresar a Aldeadávila, vimos por el retrovisor a esas mismas señoras que corrían detrás de nosotros agitando los brazos. Habían encontrado informantes.
Aparcamos rápidamente y procedimos a bajar cuadernos, cámara y trípode; nos esperaba una señora de 84 años dispuesta a cantarnos lo que aún podía recordar, no mucho según ella. Su nombre era Nélida. Cuál sería nuestra sorpresa al descubrir que Nélida estaba dispuesta a compartir con nosotros un buen número de romances entrelazados con episodios de su vida, con su niñez y adolescencia, cuando aprendía de memoria romances cantados y otros que compraba a los ciegos que pasaban por el pueblo; o con su juventud, cuando su marido, músico iletrado, la despertaba en mitad de la noche con la música de su saxofón, esforzando su memoria contra paso del tiempo para aprender a tocar las melodías que oía en las verbenas de los pueblos vecinos antes de olvidarlas para siempre.
Entre muchas de estas canciones, confesiones de toda una vida, supuso una gran impresión escuchar, sin apenas tiempo para poner el bolígrafo sobre el papel, el íncipit de La condesita, esas grandes guerras que vienen publicándose de viva voz desde hace siglos.
El tiempo con Nélida nos había levantado considerablemente el ánimo. Tras un día infructuoso, regresábamos a Aldeadávila con una sonrisa. La energía se entremezclaba con una cierta alegría melancólica, pues sabíamos que Nélida constituía una excepción entre los habitantes de la aldea y de la comarca por extensión, y que nuestro tiempo allí se iba agotando.
Con todo, el viaje en su conjunto tuvo resultados gratificantes. Confirmamos que romances como La condesita [IGR 0110], La doncella guerrera [IGR 0231] o Amnón y Tamar [IGR 0140] perviven hoy en día en la memoria colectiva, de una u otra manera. Y es que el hallazgo de un romance sigue estremeciendo a quien lo experimenta, como decía Pedro Salinas en 1935:
“Cuando el investigador literario o el folklorista se encuentran con una persona que se sabe de memoria unos romances, lo celebran por cosa afortunada e insólita; en realidad este montañés recitador podría mirarse como resto venerable de otra costumbre. La costumbre de que la poesía fuese habla, palabra entera, ardiente canto de verdad.” (La realidad y el poeta, p. 190)
ALGUNOS ROMANCES RECOGIDOS:
1 La Infanticida [IGR 0096]
Versión de Corporario, SALAMACA (España). Inf.: Manuela, Inés, Nicanora, Pepa, Amelia y otra mujer.
Recogida por Alejandro Alvarado Fernández, África López Zabalegui y Mónica Valenti Moreno, en septiembre de 2019. Música registrada.
Junto a los Martirios vive una casada discreta | |
2 | la cual tenía un hijo que a cinco años no llega; |
aunque era tan pequeñito de todo sabía dar cuenta. | |
4 | Le preguntara su padre una noche antes de cena: |
– ¿Tú me dirás, hijo mío, quién en esta casa entra? | |
6 | – Padre, aquí entra el alférez, el alférez de esta tierra; |
mi madre tanto lo quiere, tanto lo quiere, lo besa, | |
8 | le quita camisa blanca, le pone camisa negra.- |
Ella estaba escuchando, pateaba como perra. | |
10 | – Ya te las tendré guardadas para cuando salgas fuera.- |
Determinan un viaje de cinco leguas y media, | |
12 | todavía no habían cubierto ya mata al niño en comienza; |
lo primero que le hace era sacarle la lengua. | |
14 | – Charla ahora, charlatán, que ahora te tengo licencia.- |
Lo ha hecho cuatro pedazos y cinco con la cabeza, | |
16 | los despojos que quedaban se los echan a su perra. |
Todavía no había acabado ya está el marido a la puerta | |
18 | – Entra, marido a cenar, que te tengo rica cena, |
los sesitos de un cabrito la lengua de una ternera. | |
20 | – No pregunto por cenar y tampoco por tu cena, |
que pregunto por mi hijo que a recibirme saliera. | |
22 | – Entra, marido, a cenar, por tu hijo no tengas pena, |
que lo he mandado a un mensaje a casa de una su abuela.- | |
24 | Al primer boca’o que coge una voz del cielo llega. |
– Padre, si usted es mi padre, no coma usted esa cena, | |
26 | si salió de sus entrañas no es razón que a ellas vuelvan.- |
Variantes: 2b cinco] quince.
Notas: Nicanora añade “se me ponía el pelo de punta”.
2 La doncella guerrera [IGR 0231]
Versión de Corporario, SALAMACA (España). Inf.: Esperanza y Pepa, 76 y 88 años.
Recogida por Alejandro Alvarado Fernández, África López Zabalegui y Mónica Valenti Moreno, en septiembre de 2019. Música registrada.
A un sevillano en Sevilla siete hijas le dio Dios, | |
2 | la mala suerte que tuvo que ninguna fue varón. |
A la hija más pequeña le tiró la inclinación | |
4 | de ir a servir al rey vestidita de varón. |
– No vayas, hija, no vayas que te van a conocer, | |
6 | tienes el pelo muy largo y dirán que eres mujer. |
– Si tengo el pelo muy largo, madre, me lo cortaré | |
8 | y después de bien cortado un varón pareceré. |
– No vayas, hija, no vayas que te van a conocer, | |
10 | tienes los pechos muy grandes y dirás que eres mujer. |
– Si tengo los pechos grandes, madre, me los ceñiré | |
12 | y después de bien ceñidos un varón pareceré.- |
Siete años en la guerra y nadie la conoció [Un día tenía que decir “maldito sea” y dijo “maldita sea yo] |
|
14 | Y otro la estaba escuchando y de ella se enamoró. |
3 La Condesita [IGR 0110]
Versión de Cibanal, ZAMORA (España). Inf.: Nélida Álvarez, 84 años.
Recogida por Alejandro Alvarado Fernández, África López Zabalegui y Mónica Valenti Moreno, en septiembre de 2019.
Grandes guerras se publican en la tierra y en el mar | |
2 | y al conde Sol le nombraron de capitán general. |
La condesa como es niña no hacía sino llorar, | |
4 | acaban de ser casados y se tienen que apartar. |
– ¿Cuántos días, cuántos meses piensas estar por allá? | |
6 | – Deja los meses, condesa, por años debes contar; |
si a los tres años no vuelvo viuda te puedes llamar.- | |
8 | Pasan los tres y los cuatro, pasan seis y pasan más |
y el conde Sol no volvía ni nuevas suyas fue a dar; | |
10 | ojos de la condesita no dejaban de llorar. |
Un día estando en la mesa su padre le empieza a hablar. | |
12 | – Deja el llanto, condesita, nueva vida tomarás, |
condes y duques te piden, te debes, hija, casar. | |
14 | – Dadme licencia, mi padre, para salirle a encontrar, |
carta en mi corazón tengo de que el conde vivo está. | |
16 | – La licencia tienes, hija, mi bendición además. |
Se retiró a su aposento, llora que te llorará, | |
18 | se puso un brial de seda verde que valía una ciudad |
y encima del brial puso un hábito de sayal. | |
20 | Cogió el bordón en la mano y marchó a peregrinar, |
anduvo siete reinados, morería y cristiandad, | |
22 | anduvo por mar y tierra, no pudo al conde encontrar. |
Cansada va la romera que ya no puede andar más. | |
24 | Subió a un alto, miró un valle, gran vacada fue a encontrar. |
– Vaquerito, vaquerito, por la Santa Trinidad, | |
26 | ¿de quién son tanta vacada de un mismo hierro y señal? |
– Del conde Sol son, señora, que en aquel castillo está | |
28 | – Vaquerito, vaquerito, por la Santa Trinidad, |
que me niegues la mentira y me digas la verdad; | |
30 | si es el conde Sol tu amo más te quiero preguntar. |
…………………………… ¿Cómo vive por acá? | |
32 | – De la guerra llegó rico, mañana se va a casar, |
ya están muertas las gallinas, ya están amasando el pan | |
34 | y las gentes convidadas de lejos llegando van.- |
Llegando frente al castillo al conde Sol fue a encontrar | |
36 | – Dadme limosna, buen conde, por Dios y su caridad. |
– ¡Oh! ¡Qué ojos de romera! En mi vida los vi tal. | |
38 | – Si los habrá visto, conde, si en Sevilla estado has |
– ¿La romera es de Sevilla? ¿Qué se cuenta por allá? | |
40 | – Del conde Sol, mi señor, poco bien y mucho mal.- |
Y abriéndose de arriba a abajo el hábito de sayal. | |
42 | – ¿No me conoces, buen conde? Mira si conocerás |
el brial de seda verde que me diste al desposar.- | |
44 | Al mirarla en aquel traje cayose el conde hacia atrás, |
ni con agua ni con vino lo podían consolar. | |
46 | La novia bajó llorando al ver al conde mortal |
y abrazado a la romera se lo ha venido a encontrar. | |
48 | – Malas mañas sacas, conde, no las podrás olvidar |
que en viendo una nueva moza luego la vas a abrazar. | |
50 | Mal haya la romerica y quien la trajo por acá. |
– No la maldiga ninguno que es mi mujer natural, | |
52 | con ella vuelvo a mi casa. Adiós, señores, quedad. |
Quédese con Dios la novia, vestidita y sin casar, | |
54 | que quien de lo ajeno viste desnudo suele quedar.- |
Variantes :2b por] de;
C/ Menéndez Pidal, 5.28036 Madrid
Tel.: (34) 913 59 47 24
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