El desamor catalán. Un cruce epistolar entre Menéndez Pidal y el músico Francesc Pujol, director de la Obra del Cançoner Popular de Catalunya
Salvador Rebés Molina
Grup d’Estudis Etnopoètics
(Societat Catalana de Llengua i Literatura)
Cuenta Gómez de la Serna que Valle Inclán decía: «Los siglos no pasan. ¿Alguien los ha visto pasar? Es el mismo siglo que vuelve a usarse». Pongamos por caso las vueltas y revueltas en torno a la materia catalana, recurriendo a una locución muy del Romancero. A la polémica entre Rovira i Virgili y Menéndez Pidal [1] habría que agregarle otro frente menos conocido. Se trata de la carta dirigida a don Ramón por Francesc Pujol i Pons (Barcelona, 1878-1945), director de la Obra del Cançoner Popular de Catalunya y subdirector del Orfeó Català, a propósito de los mismos artículos sobre la nación española publicados en El Sol los días 27/08 y 6/09 de 1931[2]. En esencia, Pujol recalca el fracaso y los agravios resultantes de la política uniformadora del «grupo central hegemónico» y propone para España un régimen federal que acoja, sin cortapisas, la diversidad periférica y la alta cultura en lengua catalana, nudo de su discurso. Seguidamente, la ponderada respuesta de Menéndez Pidal, en cuya conclusión, además de negar su centralismo y de censurar «la violencia pasada hecha al idioma catalán», don Ramón manifiesta que todo deben resolverse armónicamente, de común acuerdo, y que «ese estado de vejación y de injusticia» no tendrá lugar en la nueva República. Que cada cual juzgue a su gusto[3] .
«7 Octubre 1931
Sr. D. Ramón Menéndez Pidal
Madrid
Muy distinguido señor y amigo: A su debido tiempo recibí su grata de 2 enero del corriente año; recibí también el obsequio de su libro de estudios de romances por el que le doy las más expresivas gracias, y muy especialmente por la dedicatoria y firma que tuvo la bondad de escribir en él, haciéndolo así aún más valioso para mí.
Hemos ido durante este tiempo registrando nuestras colecciones en busca de los romances que a Vd. le interesan y hoy, terminada ya nuestra pesquisa, tenemos el gusto de remitirle adjuntos 110 documentos romancescos escogidos entre los muchísimos que van repitiendo los temas que ya le hemos mandado o que le mandamos hoy.
De acuerdo con los deseos por Vd. expresados, hemos incluido en la remesa actual tres variantes, todas las que tenemos y todas procedentes de Ibiza (Eivissa, que es el único lugar donde aparece) de la canción S[amper]. M[orey]. 1928, n.º 116, que empieza: “Un diumenge, de capvespre, el condi ve de caçar…” [4].
También va un romance procedente de Ávila que hemos encontrado entre papeles sueltos de los Materiales Aguiló que nos faltaban registrar [5].
Hemos seguido en esta remesa las mismas normas de las anteriores, normas que quedaron explicadas en las cartas que acompañaban dichas anteriores remesas.
Cumplida ya la que pudiéramos llamar mi misión oficial en nombre de la “Obra del Cançoner Popular de Catalunya”, permítame ahora que con carácter puramente personal le manifieste la sorpresa y la pena que me causaron unos artículos de V. publicados en El Sol de 27 agosto y 7 [sic] septiembre pasados. Sorpresa, porque en dichos artículos resalta un concepto formado por Vd. de los catalanes que no responde a la realidad de las situaciones respectivas; pena, porque no son esta clase de escritos [tacha: artículos], en los que la pasión política ofusca la razón, los que han de contribuir a mantener el prestigio de la personalidad de Vd., que yo soy el primero en reconocer y admirar en otros terrenos. Yo no puedo creer que la crítica, quizá acerba, de los argumentos expuestos por Vd. en sus artículos, haya de molestarle, ni creo tampoco que las razones que puedo exponer en pugna con las de Vd. puedan dejarle indiferente, pues en este caso las daría a la publicidad con el mismo derecho con que Vd. publicó sus artículos que han herido mis sentimientos de catalán. Yo espero que Vd. tendrá la paciencia de leerme en la confianza de que, si no logro convencerle, consiga quizás apartarle de esta clase de luchas en las que no puede ganar nada y sí perder mucho aquel prestigio que, lo repito, reconozco y admiro como el que más.
[Suprime: No es sino que esta España más homogénea es también más torpe para la asociación que ningún país. ¡La tragedia de nuestra homogeneidad! Una de las características (quina?) que más unifican nuestro carácter es precisamente la que nos arrastra a la desunión. Que no haya “nación española”; se quiere que España retroceda y se abandone al fenómeno racial de disgregación que se consumó en nuestra América.]
La tragedia de la homogeneidad de España es, precisamente, que la tal homogeneidad no existe en la realidad, no existe más que en la ideología que se utiliza como fundamento para sustentar la máquina del centralismo; si dicha homogeneidad existiera, ni habría problema ni habría tragedia. En la ideología de homogeneidad que, de espaldas a la realidad, ha ido forjándose en España, hallamos la explicación de su torpeza para la asociación, porque España, arrastrada por esta ideología, no ha cimentado su unidad en la asociación, sino en la hegemonía del núcleo central, y este, libre del control que toda asociación supone, ha demostrado su incapacidad para las funciones hegemónicas que quiso asumir. La prueba de lo que acabamos de decir nos la da la disgregación de la América, la disolución de un imperio formidable.
No se ha demostrado que los pueblos, para “operar con una gran masa de voluntad unificada y densa” tengan que estar constituidos precisamente en naciones de forma unitaria y centralista. El ejemplo de los Estado Unidos de América es concluyente.
No es extraño que “no pueda leerse ahora en ningún escritor de la España periférica un solo reconocimiento de cualquier título histórico de la España nuclear, por ejemplo, de cómo tuvo ésta visión más clara para los grandes hechos colectivos, gracias a la cual fue hegemónica por justicia histórica y no por arbitrariedad acaso, o bien, de cómo las mayores elevaciones en la curva cultural de España se produjeron sobre esta meseta central desde la Edad Media, sin que en esa curva haya habido depresiones prolongadas, esas vacaciones seculares que se han tomado todas las culturas periféricas hermanas”.
No es extraño que los actuales escritores periféricos no se extasíen ante el hecho histórico de la visión más clara que de los grandes hechos colectivos se supone tuvo la España nuclear; los escritores en cuestión, y todos los españoles en general, sienten herida su imaginación con mucha mayor fuerza por el hecho, también histórico, de la enormidad del fracaso que acompañó implacablemente a la España nuclear en la realización de aquellos grandes hechos colectivos. Este fracaso persistente y continuado es razón más que suficiente para explicar la irreductible desconfianza que la España periférica siente por aquella justicia histórica que se invoca en favor de la hegemonía de la España nuclear. Fue tan poco acertada la realización de los grandes hechos colectivos que ésta concibió que más hubiera valido para todos no llegara a concebirlos. Es una crueldad inútil echar en cara a las culturas periféricas las vacaciones seculares que forzosamente hubieron de tomarse, desposeídas de los medios de acción necesarios que absorbía el núcleo hegemónico. Por otra parte, si alguna de esas culturas periféricas ha reaccionado modernamente, a costa de esfuerzos inauditos y venciendo toda clase de obstáculos, no lo ha hecho sin despertar recelos y suspicacias del grupo hegemónico.
La proposición de que “España abandonó del todo sus afirmaciones” sería más justo invertirla y decir: “España fue abandonada del todo por sus afirmaciones”, y la razón de esa inversión la hallaríamos en el hecho de que tales afirmaciones no fueron nunca más que vacuas patrioterías, y así seguirán siendo siempre que se persista en resucitarlas y se intente realizarlas y vivirlas en la forma grata al núcleo hegemónico.
Es bastante gratuita la afirmación de que “los rasgos lingüísticos del catalán y los del aragonés castellano se interpenetran, entrelazan y escalonan sobre el suelo de las provincias de Lérida y Huesca”.
Sería mucho más justo decir que los rasgos lingüísticos del catalán penetran intensamente y en extensión bastante considerable dentro del territorio designado con el nombre de provincia de Huesca.
Si “el catalán limita en Francia con el lenguadociano por una línea casi tajante, como entre dos lenguas heterogéneas”, no quiere decir esto que el catalán y el lenguadociano sean, en efecto, dos lenguas heterogéneas; muy al contrario, es mucho más fácil la inteligencia verbal entre un catalán y un lenguadociano, aunque sean hombres incultos, que entre un castellano y un catalán de las mismas condiciones. La prueba puede hacerse [tacha: con suma facilidad] en cualquier momento. Huelga, por lo tanto, toda discusión sobre el oc y el sí. Queda, además, demostrado que no es precisamente el español lo que los catalanes tenemos en la entraña por convivencia eterna, sin que esto presuponga antipatía ni simpatía por el español. Es un hecho y nada más. Queda también demostrado que el catalán no se ha fundido con la lengua central ni desde sus primeros balbuceos ni desde los últimos. La prueba de ello es que haya alemanes que, no conociendo otro idioma hispano que el castellano [tacha: español] se quejen de que haya personas en Cataluña que no les quieran hablar más que en catalán (quizá porque no saben otra lengua!). Si el catalán no se diferenciara marcada y profundamente del castellano [tacha: español o castellano o lo que quiera llamársele], estos alemanes no se quejarían, porque lo entenderían lo bastante [tacha: perfectamente] para salirse del paso.
Nadie ha tratado “de escamotear el carácter apolítico de la penetración del idioma central en Cataluña”, sencillamente porque el tal carácter apolítico no ha existido nunca y no es posible escamotear una cosa inexistente. La penetración del idioma central en Cataluña ha tenido, tiene y seguirá teniendo, si Dios no lo remedia, un carácter político por excelencia, el carácter de una imposición encaminada a destruir todo elemento de resistencia a la hegemonía central. Sin querer insistir sobre el carácter esencialmente político de los artículo[s] que estamos comentando y en los cuales, precisamente, se propugna por la penetración del idioma central en Cataluña; sin buscar apoyo en las persecuciones encarnizadas que en todos los terrenos tuvo que soportar el idioma catalán durante la Dictadura; sin el deseo de aducir textos y comprobantes, citaremos no más que un hecho. Hará unos setenta u ochenta años que en Barcelona el entonces naciente teatro catalán tenía que conformarse a una norma especial impuesta por las autoridades centralistas, norma que consistía en la obligación de que en cada comedia, sainete o pieza catalana debía intervenir un personaje, al menos, hablando el idioma castellano. Las autoridades tuvieron que renunciar a esta imposición a causa de que los autores dramáticos confiaban al personaje castellano los tipos más repugnantes o más grotescos.
[Suprime: El hecho de que unos contados poetas catalanes (no los poetas catalanes, así, en general) “empezaran a escribir en español antes de la unión política con Castilla” no tiene nada que ver con lo sucedido después de esta unión. Numerosísimos fueron los poetas que anteriormente habían escrito en provenzal y a nadie se le ocurrirá deducir que, a consecuencia de esto, renunciaban a su propio idioma y a su nacionalidad.
Si Cataluña no existía bajo este nombre antes del siglo en que se unió a Aragón, no es ésta razón para negarle la existencia; es sencillamente que llevaba otro nombre, pero existía y vivía sola, pues de no existir ni vivir sola no hubiera podido unirse a Aragón.
Si Francia ha podido resolver hasta ahora el problema de su centralismo idiomático será porque el núcleo hegemónico francés es más inteligente, políticamente hablando, que el español; pero este problema hasta ahora resuelto en Francia no lo está definitivamente y quizá no pasarán muchos años sin que el estado actual de la cuestión sea modificado profundamente; hay numerosos síntomas de ello.]
No es de extrañar “la perduración de la psicología vieja del desamor y de la incomprensión”. ¿Qué ha hecho el núcleo hegemónico central para despertar el amor de los núcleos periféricos? No hay ningún catalán de mediana cultura que, con todo y aceptar como un hecho consumado la unión con Castilla, no sienta en lo profundo de su conciencia el resquemor de la injusticia que este hecho encierra, ya que es de este hecho que arrancan toda suerte de vejaciones y atentados a las libertades de Cataluña; no hay ningún catalán, por inculto que sea, que no sienta el mismo resquemor al ver cuán profundamente son ignorados, cuando no despreciados, sus sentimientos, sus costumbres, su psicología cada vez que las necesidades de la vida (y son numerosísimas) le obligan a ponerse en contacto con los representantes de la hegemonía nuclear. El amor exige reciprocidad y no hay manera de sentir amor por lo que no irradia amor. En cuanto a la incomprensión, no es lícito achacarla a los núcleos periféricos; estos comprenden perfectamente que en los elementos más selectos del núcleo hegemónico no ha habido, ni hay, ni habrá probablemente, porque el carácter racial no se muda, más que un propósito, el de dominación; comprenden también perfectamente que en los elementos subalternos medianos y bajos del núcleo hegemónico no ha habido ni hay ni habrá tampoco más ideal que el de ir tirando. Esto es lo que comprenden los núcleos periféricos y no pueden comprender otra cosa porque los hechos les demuestran a cada momento que no van errados en la interpretación que les dan. La verdadera y fundamental incomprensión la descubrimos en el núcleo hegemónico a poco que nos detengamos a considerar los procedimientos que ha venido empleando para concitarse el desamor de los núcleos periféricos.
Consideramos demasiado aventurado afirmar “la cortedad de visión para la anchura del horizonte nacional propia de las regiones”. La verdad del caso es que las regiones tienen la visión de un horizonte nacional considerablemente amplificado por la suma de las visiones que cada una de ellas tiene de su horizonte propio [tacha: original], mientras que el núcleo central hegemónico ha tenido y sigue teniendo, por desgracia, la visión reducida de un horizonte nacional recortado a la medida de sus inquebrantables errores. Querer robustecer la conciencia hispana mediante la enseñanza, a base de imponer a las regiones la visión de este reducido horizonte nacional peculiar al núcleo hegemónico, es una tarea tan inútil y tan contraproducente como pretender cambiar en las personas de vista normal el sentido de los colores. Es verdaderamente notable, y capaz de desesperanzar al más optimista, la persistencia en este error después de siglos largos de experiencia.
Resolución equitativa para el problema de la personalidad de las regiones, sin la cual no habrá paz espiritual en España, no hay más que una: el reconocimiento de esta personalidad. Y no un reconocimiento de mentirijillas, con mucho verbalismo retórico y mucho jabón, pero sin ninguna transcendencia práctica. No; el reconocimiento ha de ser completo y efectivo, y para que así sea, no hay más remedio que aplicar el sistema federativo, único que responde a la realidad de los hechos. Porque España no ha sido ni es una sola individualidad que deba dedicarse ahora a la curación de algunos de sus miembros enfermos; en España ha habido y hay una serie de individualidades bien distintas y bien constituidas, las cuales pueden y deben por conveniencia propia reunirse para formar una asociación o un Estado, llámesele como se quiera. Negar esta realidad es negar la evidencia.
No es lícito censurar en los catalanes el ahínco con que se han entregado a la restauración de una cultura propia. El hecho de que hayan podido restaurar esa cultura es la demostración más contundente de la razón de ser de la misma. Culpables seríamos, pues, de manifiesta incultura si no trabajáramos para su engrandecimiento. Si algo hay aquí que censurar es la incapacidad absoluta, cuando no la malicia voluntaria, del núcleo hegemónico, que no ha sabido o no ha querido no ya impulsar nuestra cultura multisecular, sino ni tan solo sostenerla; bien al contrario, ha hecho y sigue haciendo todo cuanto puede para entorpecerla, para ocultarla, para que sea ignorada. Tampoco es lícito censurar a los catalanes por su particularismo cultural, que no les lleva a aplicar su entusiasmo a la impulsión de la cultura de España toda. Los catalanes consideramos muy insuficiente aún nuestra cultura, ¿cómo hemos, pues, de dedicar nuestro esfuerzo a la impulsión en campo ajeno de lo que aún no poseemos por entero en el nuestro? Por otra parte, si la mayor cultura es uno de los atributos de la hegemonía, ¿por qué el grupo hegemónico español no ha luchado vigorosamente por conquistarlo? ¿por qué ha dejado perecer de la manera más miserable las culturas hispánicas? En este grande hecho colectivo, como en otros, el grupo hegemónico ha procedido con insigne desacierto.
No es muy acertado tampoco decir que los catalanes, por egoísmo, nos hemos encerrado en nuestros centros culturales y hemos echado por dentro el cerrojo idiomático para que allí no entre nadie. Decir esto es no tener la visión clara de la obra que los catalanes estamos realizando. Los catalanes no nos hemos propuesto hacer cultura histórica a propósito de un pueblo muerto y desparecido para satisfacción de eruditos y esclarecimiento de puntos dudosos. Esta clase de cultura puede hacerse en cualquiera de los idiomas más extendidos. No; los catalanes nos hemos propuesto restaurar la cultura de un pueblo vivo, del nuestro, adormecido durante siglos por culpas propias y ajenas; y esta tarea, obra de sentimiento, obra de amor patrio, no simple obra de erudición, no podemos hacerla más que en nuestro propio idioma, que es el que más amamos en el mundo y que es el único con que podemos expresar todos los matices de nuestro sentimiento y de nuestro amor. Y esto no significa habernos encerrado en nuestros centros culturales y haber echado el cerrojo idiomático por dentro para que no entre nadie; nuestros centros culturales están abiertos a todo el mundo y es una puerilidad considerar que el idioma catalán actúa de cerrojo. No es nuestra cultura tan particular que no pueda interesar a nadie, en cuyo caso igual sería escribir de ella en castellano o en chino; ni es el catalán un idioma tan poco comprensible: con un poco de buena voluntad, hasta las personas de mediana ilustración pueden leerlo y lo leen. Es un hecho que las publicaciones de cultura catalana, en catalán, son conocidas y apreciadas por los estudiosos del mundo entero.
Vivir constantemente con el rostro vuelto hacia ciertas lejanas ideologías de un pasado generalmente poco en armonía con las realidades del presente, y aun a veces con las del mismo pasado, entraña el serio peligro de anquilosarse en esta posición y perder la facultad de conocer bien el presente y prever el provenir. El más penetrante estudio sobre el concepto nacional de España en el pasado no tendría eficacia alguna para modificar el concepto nacional en el presente, basado en la realidad de los hechos actuales. Todas las alegaciones que puedan aducirse de literatos y cronistas del siglo XIII nos darán a conocer la ideología de algunas personalidades de aquella época y nada más; mucho más práctico y eficaz sería trazar con ánimo absolutamente imparcial y con espíritu contrito el cuadro de los errores del centralismo, no interrumpidos desde el siglo XV hasta nuestros días.
Si en el citado siglo XIII el gran rey D. Jaime el Conquistador hubiese podido sospechar [tacha: prever] que su noble acción de acudir en socorro del rey castellano contra los moros rebeldes de Murcia podía llegar un día a invocarse como testimonio de su adhesión a un gobierno centralista de España, hubiera enfermado de asombro y de indignación, él, el más federalista de los monarcas, el más respetuoso de las características diferenciales de los diversos pueblos de su monarquía. [Suprime: Por otra parte, es dudoso que al decir “que Nos e vos haiam tan bon preu e tan gran honor que per Nos e vos sia salvada Espanya” no se refiriese a su reino de Aragón o a aquella parte de la península ibérica a la cual se aplicaba entonces estrictamente el nombre de España y que era la que peligraba de perderse a causa de la insurrección de los moros de Murcia.] No sería, pues, muy prudente turbar el sueño de D. Jaime con el propósito de hacerle votar contra el Estatuto de Cataluña.
Resumiendo: Unos cuantos siglos de régimen militar y centralista pésimamente realizado por el núcleo hegemónico demuestran hasta la saciedad la improcedencia, por no decir la locura, de continuar el mismo régimen.
El ejemplo de estados federados en Europa y América perfectamente florecientes y rebosantes de vida deben incitar a todo hombre pensador a la instauración en España del régimen federal, con toda la amplitud, para que cada uno de los pueblos que formen el Estado pueda alcanzar el máximo desarrollo particular en bien suyo y de sus asociados.
No quiero abusar más de su atención. Perdóneme si en el manejo de un idioma que no es el mío ha podido escapárseme alguna palabra, frase o concepto ofensivos para su persona, a la cual se complace en rendir el tributo de máximo respeto su atto. amigo y siempre servidor [Vendría aquí la firma: Francesc Pujol]».
Diez días después, Menéndez Pidal contestaba mediante una carta mecanografiada que lleva el membrete del Centro de Estudios Históricos:
«17 de Octubre de 1931
Sr. D. Francisco Puyol
Muy distinguido amigo: Ante todo muy afectuosas gracias por el nuevo envío de 110 romances y por haber atendido todas mis peticiones, en especial la relativa a la canción “Un diumenge de capvespre el conde ve de caçar” que es rarísima y estoy deseando poder estudiar, a ver si veo luz para ilustrarla.
El romance de Ávila me es por su parte estimable por la fecha de su recolección.
Mi gratitud para el Cançoner Popular de Catalunya es mucha, y para Vd. especialmente, que tanto interés ha puesto en proporcionarme la información pedida.
Estoy trabajando en la bibliografía del romancero a ver si puedo empezar pronto la publicación.
Y vamos al otro tema que Vd. trata.
Ante todo, debo asegurarle que nada hay para mí molesto en la discusión de mis artículos que Vd. hace en su carta. Recibo esa detenida discusión como amistosa queja, y lamento haberla ocasionado, porque es señal de que no acerté con el debido punto en la expresión de mis ideas, las cuales no debían haber molestado para nada los sentimientos de un catalán, ni yo los hubiera escrito si supiese que iban a molestar a los catalanes, que estimo y quiero.
Pero si Vd. repasa mis artículos, verá que yo no soy centralista en modo alguno; precisamente empiezo contradiciendo a Unamuno; verá Vd. que deseo la autonomía, que admiro el esfuerzo que Cataluña realiza, y que estimo en él una riqueza espiritual positiva; solo aconsejo que teniendo en cuenta la acritud que ahora impera, se dominen por todos los primeros impulsos derivados de estados pretéritos (yo sin duda no supe dominarla bien al escribir, puesto que Vd. no acierta tampoco a ello) para que el mayor éxito presida a la solución de concordia que todos deseamos.
No creo decir en mis artículos, cuando hablo del “cerrojo idiomático”, que Vds. lo echen ahora, en lo cual ve Vd. una censura al uso del catalán en sus trabajos culturales. ¿Cómo voy a censurar este uso? Lo que censuro es si, por exclusivismo del catalán, se cierra la puerta a los demás españoles en los centros barceloneses. Estimo la catalanidad de un Milá más perfecta y grandiosa que si hubiese sido exclusivista.
En mis artículos yo no llamo a D. Jaime contra el Estatuto, sino contra algunos extremismos de él; censuro la violencia pasada hecha al idioma catalán y repito que todas las cuestiones han de resolverse de común acuerdo, en la mayor armonía, porque ese estado de vejación y de injusticia, a que Vd. alude, ha debido cesar ya por completo con la República, y para siempre, lo cual nos traerá la completa comprensión mutua que ahora todavía nos falta en ocasiones de una y otra parte.
Que la logremos pronto es mi mayor deseo ahora.
Repitiéndole agradecimiento por las dos partes de su carta, quedo de Vd. muy atentamente,
R. Menéndez Pidal».
[1] Véase <http://www.cuentayrazon.org/revista/pdf/005/Num005_016.pdf >.
[2] <http://hemerotecadigital.bne.es/issue.vm?id=0000455785&search=&lang=ca> y <http://hemerotecadigital.bne.es/issue.vm?id=0000456469&search=&lang=ca>.
[3] Documentos consultados en el Centre de Documentació de l’Orfeó Català (CEDOC), Fons Històric, CAT CEDOC 2.01, reg. doc. 561. La carta de Pujol es un borrador de puño y letra cuyas supresiones y correcciones también recojo.
[4] La caza de Celinos (IGRH 0311): <https://depts.washington.edu/hisprom/ballads-new/images/0311_4838ib.jpg>.
[5] Archivo de la Obra del Cançoner Popular de Catalunya (Abadía de Montserrat), serie A, 2-X, doc. 8: «Que teniu rosa maria / que teniu que jeis al llit?», versión de Formentera. La copia llegó, en efecto, a Madrid, aunque no figure en el Pan Hispanic Ballad Project.
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