Manuel Castellano, Juramento de las tropas del marqués de la Romana, c. 1870 (Madrid. Museo del Prado).

Manuel Castellano, Juramento de las tropas del marqués de la Romana, c. 1870 (Madrid. Museo del Prado)


Juan Rodríguez Jiménez, Embarque del marqués de la Romana, 1809, óleo sobre lienzo, 119 x 167,5 cm, Madrid, Museo del Romanticismo.

Juan Rodríguez Jiménez, Embarque del marqués de la Romana, 1809, óleo sobre lienzo, 119 x 167,5 cm, Madrid, Museo del Romanticismo.





Cartel de la exposición «Cuando los españoles llegaron…1808. Guerra y encuentro cultural» en el Museo Langelands, en Rudkøbing, 2008.

Cartel de la exposición «Cuando los españoles llegaron…1808. Guerra y encuentro cultural» en el Museo Langelands, en Rudkøbing, 2008.


Un verso del Cantar del Cid, clave para un agente secreto

J. Antonio Cid
Instituto Menéndez Pidal, UCM & Fundación Ramón Menendez Pidal

Las ediciones pidalianas del Cantar de Mio Cid, tanto la maior, de 1911, como la «escolar», de 1913 al anotar el verso 2338 incluyen una curiosa información que no veo recogida en ninguna otra edición del poema. El verso es el primero después de la laguna que supone la pérdida de un folio casi al principio del «Cantar de Corpes», e inaugura una tirada que don Ramón dejó sin numerar en 1911, y en 1913 pasa a ser la 115. En la parte prosificada, que Menéndez Pidal toma de la Crónica de Veinte Reyes, se incluye el diálogo entre Pero Vermúdez y el infante de Carrión, don Ferrando. Después de que el guerrero del Cid mata al moro que había hecho huir al infante, le da a éste el caballo del muerto, y le propone que afirme ser él quien mató al moro, «e yo otorgarlo é con vusco». El infante lo agradece y, ya en el Cantar conservado, dice:

Aun vea el ora que vos meresca dos tanto.

En la nota a la edición de 1911, don Ramón indica:

Meresca dos tanto; corregido en merescades tanto por D. Hinard, pues cree que el Cid o Pero Vermúdez (!) se dirigen a un infante y no a los dos (!!). La misma enmienda se le había ocurrido a J. H. Frere, cuando estuvo de embajador en Madrid, y el erudito marqués de la Romana se la había aprobado; luego necesitando Frere comunicar secretamente, de parte del gobierno británico, con Romana, cuando éste servía con los franceses en Dinamarca, envió a Mr. Robertson; mas para no comprometer al mensajero, le dio por única credencial el verso enmendado: Aun vea el hora que vos merescades tanto, en el cual conoció Romana que Robertson venía de parte de Frere.

La nota de la edición de «Clásicos castellanos» de 1913 (pág. 276) especifica el sentido del verso: ‘Ojalá os lo pueda pagar con creces’, literalmente. Vos meresca dos tanto ‘merezca de vos el doble’; omite la referencia a Damas Hinard, y modifica parcialmente el párrafo inicial sobre Frere y Romana:

No entendiendo esta frase, el hispanófilo inglés J- H. Frere, cuando estuvo de embajador en Madrid, propuso al marqués de la Romana la corrección que vos merescades tanto. Luego necesitando Frere…

Solo la edición de 1911 remite a las fuentes de la anécdota: la obra de Southey de 1823 que después veremos, y un libro de Fitzmaurice-Kelly: Chapters on Spanish Literature, de 1908.

En realidad, la génesis de la nota de Menéndez Pidal se retrotrae a algunos años antes.

La primera edición del Cantar que publicó Menéndez Pidal apareció en 1898: Poema del Cid. Nueva edición (Madrid: Imprenta de los Hijos de J. M. Ducazcal). En 1900 se reimprime, «con igual impresión que la de 1898, con nueva portada», con el subtítulo de «Edición anotada». Esta nueva tirada fue objeto de una elogiosa reseña publicada por Fitzmaurice-Kelly en The Morning Post, el 8 de febrero del mismo 1900. La conclusión de la reseña era que «The highest compliment one can pay him is to say quite frankly that he is equal to the work […] In its own way, his modest volume is the most important contribution to the Spanish Literature which has appeared of late years». Gran parte de la reseña la dedica Fitzmaurice-Kelly a rastrear la fortuna del poema, desde las primeras valoraciones, muy negativas, que tuvo el PMC entre los eruditos dieciochescos (Capmany, Juan Andrés) hasta que con el s. XIX cambian las tornas. El Cantar alcanza proyección europea, antes que española, a partir de su inclusión en la Biblioteca castellana, portuguesa y proënzal, 1804/1805, de Gotthilf Heinrich von Schubert. Muy poco posterior es el manifiesto entusiasmo de Southey, que en su Chronicle of the Cid (1808), a vueltas con los textos cronísticos se ocupa ya del Poema. Es «Unquestionably —dice— the oldest poem in the Spanish Language. In my judgment it is as decidedly and beyond all comparison the finest». Y en un artículo de revista, la Quarterly Review, en 1814, remacharía el clavo: «The Spaniards have not yet discovered the high value of their metrical history of the Cid, as a poem; they will never produce any thing great in the higher branches of art, till they have cast off the false taste which prevents them from perceiving it».

En la Chronicle of the Cid, Southey imprime como «Appendix» unos fragmentos del Cantar en texto doble inglés-español. La versión inglesa se debía a un «Gentleman well acquainted with the Spanish Language», cuyo nombre no cita. Hoy sabemos que el traductor era John H. Frere. Esos y otros fragmentos aparecerían en sus póstumas Works… in Prose and Verse, de 1872 (vol. II, págs. 409-437). Para Southey se trataba de excelentes versiones: «I have never seen any other translation which so perfectly represents the manner, character, and spirit of its original». Críticos posteriores han rebajado o cuestionado muy severamente esa excelencia.

Fitzmaurice-Kelly es uno de los que expresan reservas ante las osadías lingüísticas de la traducción de Frere, pero en su reseña destaca su valor como «scholar» y por haber sido el primero que intentó enmendar los defectos del códice publicado por Tomás Antonio Sánchez en 1779. Como prueba, refiere la anécdota sobre la propuesta de lectura del verso 2338 que discutió con el Marqués de la Romana, y el insospechado uso que esa enmienda tuvo posteriormente para facilitar la retirada del ejército español que servía a Napoleón en Dinamarca.

El hispanista escocés envió su reseña a Menéndez Pidal, quien hubo de manifestarle su interés por la fuente de la anécdota, según se deduce de la carta de respuesta de Fitzmaurice-Kelly. Tras felicitarle por haber obtenido la «cátedra de Filología castellana», añade:

Alégrome también que los renglones sobre el Poema no le hayan desagradado y que encerraban [sic] algún dato útil. La anécdota de Frere y Romana está en el primer tomo, página 657 de la History of the Peninsular War (Londres, 1823) por Roberto Southey. Ticknor debe citarla en su segundo capítulo pero habiendo prestado mi ejemplar de la edición americana, no puedo verificar el hecho en este momento. De todos modos Wolf la cita entre corchetes [ ] en la nota 1, páginas 16-17 del primer tomo de la versión alemana. Si V. quisiera citar textualmente el pasaje, y no tenga [sic] a mano la obra de Southey, se lo copiaré con sumo gusto (Londres, 23-II-1900).

En efecto, George Ticknor recogía la historieta en su History of Spanish Literature, I (New York 1849, p. 19), a partir de Southey, además de extenderse en elogios a Frere, «One of the most accomplished scholars England has produced, and one whom Sir James Mackintosh has pronounced to be the first of England translators». De allí pasó la curiosa anécdota a la traducción alemana de Adolf Wolf (Leipzig 1867), pero no a la española de Gayangos y Vedia (Madrid, 1851).

En carta posterior Fitzmaurice-Kelly, remitía a Menéndez Pidal copia de la “fuente primaria”, es decir los párrafos que Southey dedicaba al asunto en la History of the Peninsular War.

John Hookham Frere (1769-1846) había residido en Madrid como embajador inglés en dos ocasiones, la primera entre 1802 y 1804. Fue en ese periodo cuando el Marqués de la Romana le recomendó la lectura del Poema del Cid y Frere propuso la enmienda. Según Southey:

During Mr. Frere’s residence as ambassador in Spain, Romana, who was an accomplished scholar, has recommended to his perusal the Gests of the Cid, as the most animated and highly poetical, as well as the most ancient and curious poem in the language. One day he happened to call when Mr. Frere was reading it, and had just made a conjectural emendation to one of the lines*; Romana instantly perceived the propriety of the proposed reading [* En nota: Aun vea el ora que vos merezca dos tanto. Mr Frere proposed to read merezcades]. (Southey, History…, I, p. 657).

El general Pedro Caro y Sureda, Marqués de la Romana, no responde en modo alguno al arquetipo del espadón decimonónico español, ignorante y brutal. Culto y bibliófilo, con estudios en Lyon, Salamanca y el Seminario de Nobles de Madrid, y con viajes formativos por varios países de Europa que le llevaron hasta Berlin y Moscú, el marqués pudo, por ejemplo, conversar ágilmente en latín con el enviado británico que usó el verso cidiano como clave. Wellington trazó de él la mejor semblanza y epitafio posible, al morir súbitamente el marqués en enero de 1811: «He was the brightest ornament of the Spanish army, an upright patriot, a strenuous and zealous defender of the cause of European liberty, a loyal colleague, a useful councilor» (Ch. Oman, IV, 1911, p. 45). Tampoco se queda corto el largo elogio de Southey, que concluye así: «Spain has never produced a man more excellently brave, more dutifully devoted to his country, more free from all taint of selfishness, more truly noble than Romana» (Southey, History…, I, 655). En el momento de su muerte llevaba en su bolsillo una edición de Píndaro («now in the possession of my friend Mr. Locker», dice Southey, III, 122).

Habla muy a favor del paladar literario del Marqués de la Romana el que un militar apreciara el Poema del Cid, y trasladara ese aprecio a un embajador inglés, en unos años en que conspicuos hombres de letras (Capmany, Juan Andrés, Quintana), se manifestaban desdeñosamente sobre el cantar de gesta rescatado por Tomás Antonio Sánchez.

Los intercambios de opiniones cidianas entre el marques y el embajador hubieron de tener lugar entre 1802 y 1804. Ese año Frere volvió a Inglaterra, por su enfrentamiento con Godoy, y no regresaría a España hasta 1808. Mientras tanto, España se había visto obligada, en virtud del tratado de San Ildefonso de 1796, y como aliada de la Francia de Napoleón, a enviar a Alemania y Dinamarca en 1807 un cuerpo de ejército de 14.000 soldados. El mando de ese ejército recayó en el Marqués de la Romana, y su función era oponerse a las incursiones inglesas en el Báltico y, más difusamente, la invasión de Suecia.

La estancia del contingente español en Jutlandia, Fionia y Seeland no dejó mal recuerdo entre los daneses, pese a los recelos iniciales. Según los recuerdos de infancia del obispo Daugaard:

Les bourgeois de la ville, terrifiés à la pensée de ce dont pouvaient être capables ces étrangers, n’étaient pas éloignés, dit le bon évêque, de craindre de leur part des scènes de cannibalisme; les femmes et les enfants avaient fui; les hommes cachés au fond de leurs maisons s’étaient solidement barricadés. Cependant, le bon ordre et la discipline des soldats espagnols, la prière du soir surtout, que le régiment tout entier faisait chaque jour avec recueillement sur la place de la ville, eurent enfin raison de la terreur première. La sympathie lui succéda, et de petits services rendus de part et d’autre firent bientôt des Danois et des Espagnols de véritables amis; les cultivateurs des environs vinrent même faire soigner leurs animaux malades par le maréchal du régiment auquel ils reconnaissaient une supériorité sur les vétérinaires du pays. Les Espagnols parurent aux Danois d’une gaîté et d’une vivacité étonnantes; ils aimaient les enfants et se plaisaient à jouer avec eux; le jour, ils dénichaien des oiseaux, le soir ils attrapaient des chats pour les faire rôtir ou, assis en groupe, fumaient des cigarettes et jouaient de la guitare. Le moment du départ fut un deuil général. Les Danois regrettaient l’animation que donnaient à leur petite ville ces Méridionaux exubérants; l’enfant qu’était alors l’évêque Daugaard fut lui-même ému du désespoir de la pauvre Rosalia, femme d’un soldat logé chez ses parents, qui avait de la grande mer une peur terrible et se lamentait à la pensée d’abandonner son âne. [ap. Paul Boppe, Le corps de la Romana (1807-1808): les espagnols à la Grande-Armée, 1898, pp. 46-47].

Otro autor recuerda:

En Seeland comme dans les autres provinces, les bourgeois se lièrent vite avec les Espagnols et la mode vint d’aller les visiter dans leurs cantonnements; leur politesse et leur bonne grâce étaient fort remarquées, mais le spectacle qui remplissait les habitants d’une respectueuse admiration était celui de la messe qui, faute d’églises catholiques, se célébrait en plein air, sur un autel improvisé, aux sons de la musique militaire […] Le soir, les habitants ne se lassaient pas de regarder les Espagnols danser le fandango au son des guitares et des castagnettes; des sérénades étaient souvent chantées sous les fenêtres des belles Danoises. Cependant, la nostalgie se fit sentir à la longue, et la haine des Français devint visible, on entendit bientôt murmurer: «Carajo los Franceses!, Caput Franzos!, À mort les Français!» [ibid., pp. 48-49].

Algo más que nostalgia experimentaron Romana y sus hombres cuando ya a mediados de 1808 les llegaron noticias de los sucesos ocurridos en España, con la instauración de José Bonaparte como nuevo rey. Los franceses intentaron que los españoles no tuvieran información de la amplia resistencia antinapoleónica sobrevenida, bloqueando o censurando todo el correo que les llegaba de España. Más adelante obligaron a Romana, sus oficiales y tropas a prestar juramento de fidelidad a José I. El marqués se sometió formalmente a estas exigencias, pero al mismo tiempo preparaba la evacuación y fuga de su ejército, con vistas a incorporarse a la guerra ya declarada en España contra la ocupación francesa. La máxima dificultad consistió en informar a Romana y sus gentes de la situación en España, y en acordar con los ingleses los lugares y los tiempos del embarque de las tropas españolas para su repatriación. Inglaterra estaba deseosa de poner sus navíos ya presentes en aguas danesas a disposición del Marqués de la Romana, pero había que tratar con él directamente, venciendo el obstáculo de la vigilancia a que los franceses, que ya no se fiaban de él, lo tenían sometido.

El Gobierno inglés se sirvió de un clérigo católico (más exactamente, un monje benedictino escocés), James Robertson, que después de varias peripecias, gracias a un pasaporte conseguido en Bremen y con la falsa identidad de maestro de escuela, y, posteriormente en figura de comerciante de tabaco y chocolate, consiguió entrevistarse con el Marqués de la Romana y ponerle al tanto de la situación en la península y los últimos acontecimientos, como la liberación de Zaragoza y la huida de Madrid del rey intruso. Allí mismo acordaron el apoyo de tropas inglesas para cubrir la retirada y embarque de los españoles.

Robertson, que se había prestado a desempeñar esta difícil misión, llevaba como única credencial que certificara su identidad como agente inglés, un verso: el verso del Poema del Cid cuya enmienda habían discutido años antes en Madrid el embajador Frere y el Marqués de la Romana. Según Southey: «One Spanish verse was given him; to have taken any other credentials might probably have proved fatal». Para Romana, que recordaría haber aceptado la corrección propuesta por Frere, la simple mención del verso era la prueba de que «Mr. Robertson had communicated with his friend the British Ambassador».

Esa es solo la versión de Southey, porque curiosamente en las memorias que escribió el propio Robertson no se menciona en absoluto el verso del Poema del Cid. Según la Narrative of a Secret Mission to the Danish Islands in 1808 (London: Longman, 1862), a Robertson le bastó con mostrar al marqués un papel escrito por Frere, cuya letra Romana reconoció de inmediato:

—Would your Excellency recognise Mr. Frere’s handwriting? —I continued. —Methinks I should! Here I produced a very small fragment torn from a memorandum I had received from Mr. Frere, which was immediately recognised by the Marquis. Having thus established my credit as a confidential agent of the British Government, I added that Mr. Frere had assured me I should find in the General a man of strict honour and high principle, and an enemy to French tyranny and oppression (pág. 66).

Queda claro en ambas versiones el papel esencial de Frere en tanto instrumento de verificación de la identidad de Robertson como agente, pero acaso Frere o Southey, o ambos (entusiastas conspicuos del Cantar del Cid), embellecieron la historia y fabularon lo relativo al verso. Es también posible que las memorias de Robertson no sean del todo exactas. Fueron publicadas, muchos años después de escritas, por un sobrino del autor, Alexander Clinton Fraser, de quien no sabemos hasta qué punto es fiel al original que publica. Son sospechosas, desde luego, tanto la barroca explicación sobre la desaparición del manuscrito original como las excesivas jactancias y autoelogios que se prodiga Robertson, poco decorosas en un monje benedictino, por muy inglés o escocés que fuera.

En cualquier caso, la utilización del verso del Poema del Cid como credencial y clave tal vez nos parezca hoy un recurso muy poco sofisticado, habituados como estamos a relatos de espías y agentes secretos que se valen de criptografías muy complejas, y con intrigas rocambolescas por demás. En 1808, sin embargo, el humilde verso que había sido objeto de erudita disquisición entre un embajador inglés y un general español resultaría haber sido un instrumento suficiente y eficaz para poner en marcha la exitosa, en gran parte, evacuación de unos soldados que no pintaban nada en Dinamarca.

Tropas españolas: tambor y portaestandarte en antiguo uniforme, zapador, soldados de infantería ligera de Cataluña y artilleros.

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Napoleons spanske hjælpetropper satte sine spor herhjemme i begyndelsen af 1800 tallet.

Napoleons spanske hjælpetropper satte sine spor herhjemme i begyndelsen af 1800 tallet.


Soldados de los regimientos Asturias, Princesa y Guadalajara.

Soldados de los regimientos Asturias, Princesa y Guadalajara


Die spanische Division La Romana zu Strassburg Ganier-Tanconville, Henri 1845 -1936.

Die spanische Division La Romana zu Strassburg Ganier-Tanconville, Henri 1845 -1936.


Soldados de infantería españoles y músico con gorros a lo "tarleton".


(ap. «El Rincón de Byron»)

(ap. «El Rincón de Byron»)