Bienio pidalino

Una carta de Leandro Carré a Ramón Menéndez Pidal. Del romancero gallego y sus manipulaciones
José Luis Forneiro
Universidad de Santiago de Compostela

LEANDRO CARRÉ

CABALLEROS, 47-2º
LA CORUÑA
13 de Junio de 1947

Sr. D. Ramón Menéndez Pidal
CHAMARTÍN-Madrid

Distinguido Sr.:

Perdone que no haya contestado antes a su atenta carta del 14 mayo. Trabajos urgentes primero y una ausencia de algunos días, después, me han obligado al retraso.

Muy reconocido por sus amables palabras referentes a mi envío del Diccionario; celebraría que pudiera serle de alguna utilidad.

Los romances que le he remitido son algunos de los que se conservan, ya muy adulterados, en boca de algunos campesinos. Dos o tres habían sido recogidos por Antonio de la Iglesia, quien en los años 1860 al 66 publicó la revista “Galicia” y en 1886 la obra en 3 tomos “El idioma gallego, su antigüedad y vida”. En esta obra cita algunos otros romances pero solamente publica la primera estrofa de ellos.

Los que le he enviado a Vd. han sido sin duda retocados para sustituir incorrecciones de lenguaje. Pero ¿en qué época pudieron haber sido traducidos para que puedan oirse recitar en lugares apartados de toda comunicación por ancianas que a su vez, dicen, los han aprendido de sus madres? Tengo alguno recogido directamente por mi; pero incompleto, y otros, tambien anotados por mi, de carácter popular y creo que relativamente modernos, por esto no se los he enviado. Lo haré, sin embargo, si le interesan.

Salúdale muy atentamente su afmo. s. s.

q.e.s.m.

Leandro Carré

En mi opinión, la presente carta de Leandro Carré Alvarellos debió producir cierta perplejidad a Ramón Menéndez Pidal. Nada menos que a finales de la década de 1940 este escritor y lexicógrafo gallego confesaba abiertamente a don Ramón que había retocado las versiones romancísticas que le enviaba (“Los que le he enviado a Vd. han sido sin duda retocados para sustituir incorrecciones de lenguaje”), para mostrar a continuación su sorpresa por el hecho de que los campesinos de los más apartados rincones de Galicia transmitiesen textos en una lengua de la que apenas tienen competencia activa como es el castellano: “Pero ¿en qué época pudieron haber sido traducidos para que puedan oirse recitar en lugares apartados de toda comunicación por ancianas que a su vez, dicen, los han aprendido de sus madres”.

Ya en la segunda mitad del siglo XIX diversos estudiosos de la poesía narrativa tradicional como, por ejemplo, Celso Magalhães en Brasil o François-Marie Luzel en la Bretaña francesa habían defendido el respeto escrupuloso por los textos obtenidos de la tradición oral. Asimismo, en la primera década del siglo XX dos grandes colectores del romancero de Galicia, el abogado ourensano Alfonso Hervella Courel y el erudito pontevedrés Víctor Said Armesto, también se mostraban contrarios a la manipulación de la literatura tradicional, aunque ellos no cumpliesen, sobre todo el segundo, con este principio positivista. Por otra parte, en la Galicia de los años 30 habían reconocido el castellanismo del género en tierras gallegas Aníbal Otero Álvarez, en un artículo de 1930 en ¡Ahora!, el periódico de los republicanos de Lugo, y los autores de la monografía local Parroquia de Velle (1936) , dentro de las publicaciones del Seminario de Estudos Galegos.

Leandro Carré Alvarellos en las décadas de 1950, 60 y 70 reivindicó en diferentes artículos la existencia de un romancero gallego autóctono en lengua gallega diferente del romancero castellano. De esta manera, seguía las tesis diferencialistas formuladas en 1926 por su padre, Eugenio Carré Aldao, amigo y discípulo de Manuel Murguía (marido de Rosalía de Castro y primer presidente de la Real Academia Gallega), quien en las últimas décadas del siglo XIX había defendido la existencia de un romancero gallego propio emparentado con las baladas de los países celtas y germánicos. Pero quienes más hicieron por la tradición falsaria del romancero gallego tras la Guerra Civil de 1936 fueron el hermano de Leandro, Lois Carré Alvarellos, en el Romanceiro Popular Galego de Tradizón Oral (1959), y, a partir de los años cincuenta del pasado siglo, el músico y luthier Faustino Santalices quien forjó, en sus conciertos, grabaciones y escritos, una imagen falsa del romancero de Galicia al vincularlo a la lírica gallego-portuguesa medieval, al romancero de ciego (especialmente al instrumento de la zanfoña) y al romance Gaiferos de Mormaltán, un texto escrito por Murguía sin ningún apoyo en la tradición oral.

Ramón Menéndez Pidal nada manifestó en su Romancero Hispánico (1953) sobre la personalidad lingüística del romancero gallego ni sobre las invenciones o manipulaciones sistemáticas que algunos miembros del galleguismo cultural, como la mayoría de los editores del siglo XIX o la familia Carré, operaron sobre los textos.