«En mayo de 1900 hacía yo una excursión por ciertos valles del Duero para estudiar la topografía del Cantar de Mío Cid, y acabada la indagación en Osma, deteniéndome allí un día más para presenciar el muy notable eclipse solar del día 28, ocurriósele a mi mujer (era aquel nuestro viaje de recién casados) recitar el romance de la La Boda estorbada a una lavandera con quien conversábamos. La buena mujer nos dijo que lo sabía ella también, con otros muchos que eran el repertorio de su canto acompañado del batir la ropa en el río; y enseguida, complaciente se puso a cantarnos uno, con una voz dulce y una tonada que a nuestros oídos era tan “apacible y agradable” como aquellas que oía el gran historiador Mariana en los romances del Cerco de Zamora. El romancero que aquella lavandera cantaba nos era desconocido, por eso más atrayente:

Voces corren, voces corren, voces corren por España
que a don Juan el caballero está malito en la cama…;

y a medida que avanzaba el canto, mi mujer creía reconocer en él un relato histórico, un eco lejano de aquel “dolor, tribulación y desventura” que, al decir de los cronistas, causó en toda España la muerte del príncipe don Juan, primogénito de los Reyes Católicos, porque esa muerte ensombrecía los destinos de la nación. En efecto, estudiado después aquel era un romance del siglo XV, desconocido a todas las colecciones antiguas y modernas. Era preciso, en las pocas horas que nos quedaban de estancia en Osma, copiar aquel y otros romances, primer tributo que Castilla pagaba al romancero tradicional de hoy en día; era necesario también anotar aquella música, evitando el defectuoso sistema de recoger solo la letra. Y buscando al Maestro de la Capilla de la Catedral, haciendo a los bondadosa lavandera repetir sus cantos, se nos pasaron las horas, sin tiempo apenas para contemplar el gran eclipse solar que entonces ocurría, y que habiéndonos retenido en aquella vieja ciudad, ya poco significaba para nosotros ante el sol de la tradición castellana que allí alboreaba tras una noche de tres siglos, desde que Juan de Ribera publicó el último pliego suelto de romances orales en 1605»

Ramón Menéndez Pidal

CREACIÓN Y ORÍGENES DEL ARCHIVO MENÉNDEZ PIDAL DEL ROMANCERO

1. Los fondos del s. XIX.

Ramón Menéndez Pidal recibió de uno de sus hermanos mayores, Juan, la afición por el Romancero de tradición oral que, en la Asturias de fines del s. XIX, seguían cantando los “paisanos”, los habitantes de las aldeas y caseríos cuya vida se circunscribía a las relaciones con los habitantes del entorno rural(1). En ese medio social, los textos recibidos de las generaciones precedentes seguían siendo valorados como una preciosa herencia de “saber”, de conocimiento sobre las pasiones humanas y respecto a los problemas y reglas de conducta a que ha de enfrentarse o someterse la familia o la comunidad.

Cuando Ramón llegaba a sus 16 años, Juan Menéndez Pidal poseía ya una preciosa colección de versiones asturianas, reunidas entre 1881 y 1884, que estaba publicando en su libro Poesía popular. Colección de los viejos romances que se cantan por los asturianos en la danza prima, esfoyazas y filandones, Madrid, 1885. Esa publicación contenía más de un centenar de versiones de unos setenta temas romancísticos. Unas treinta las había recogido Juan Menéndez Pidal personalmente(2); las restantes eran el fruto de la colaboración de otras personalidades de la Asturias finisecular: las veintiséis versiones del Occidente (concejos de Luarca, Navia, Coaña y Boal) las había obtenido el folklorista Bernardo Acevedo y Huelves(3), las del concejo de Cangas de Onís, en el Oriente, José Amador de los Ríos(4); las de Laviana, el médico folklorista Eladio García Jove y Luisa Menéndez Valdés(5) y las del concejo de Oviedo el asimismo folklorista Fermín Canella y Secades(6); también habían contribuido a formar la colección María Ciaño, Silvestre Frade y Braulio Vigón(7). Juan continuó, después de la aparición de su libro, reuniendo nuevas versiones para una reedición de la obra, que no llegó a publicar. Sus nuevos textos proceden de los años 1885 a 1902. Actualmente, buena parte de los originales “de campo” de los romances publicados en 1885(8), junto con los reunidos en fecha posterior(9), forman una de las colecciones más antiguas del corpus de versiones de la tradición oral moderna que se guardan en el “Archivo Menéndez Pidal / Goyri”(10).

Por los años en que Juan Menéndez Pidal publicaba su inicial colección, uno de sus colaboradores, Bernardo Acevedo y Huelves, continuaba explorando los pueblos de Asturias al Occidente del río Navia (1884, 1886, 1889) y reunía una excelente colección de versiones procedentes de Villacondide, El Espín y Jarrio (en el concejo de Coaña)(11) y de Armal, Miñagas, Serandinas y Figueiredo (concejo de Boal)(12), junto a tres versiones de Navia(13) y otra de Cerezal (Luarca)(14); además en Castelo de Frades (Lugo), obtuvo otras siete versiones (con diez temas del romancero)(15). Acevedo remitió estas cuarenta y ocho versiones de romances del occidente de Asturias y Lugo, juntamente con una versión procedente de Oviedo(16), a Ramón Menéndez Pidal en torno a 1910(17).

Más antiguos aún que estos originales, son los de otras versiones asturianas que constituían la colección de José Amador de los Ríos. Esos romances fueron recogidos de la tradición oral y anotados entre 1860 y 1865. También colaboraron en la formación de esta temprana colección asturiana varias personas, entre las que destaca Gumersindo Laverde(18). Ya en 1906 tuvo Ramón Menéndez Pidal acceso a los originales y también a una “copia”, en que el colector había retocado profundamente los textos, y María Goyri pudo copiar de unos y otra numerosas versiones. Pero de mayor interés aún que estas copias, hechas en buena parte a partir de los originales no retocados por el colector, son los propios originales que el hijo de don José, Rodrigo Amador de los Ríos, dio a Menéndez Pidal con posterioridad a 1910(19).

Este espléndido conjunto de versiones recogidas en el s. XIX de la tradición oral asturiana, libres de los retoques con que pretendieron ennoblecerlas los primeros estudiosos del Romancero tradicional moderno, constituye una de las “perlas” de la colección reunida por Ramón Menéndez Pidal.

Un siglo anterior a los romances coleccionados por José Amador de los Ríos en Asturias es un texto, el más antiguo de la tradición peninsular moderna, que transcribió la mujer del farmacéutico de Malpartida de Plasencia (sobre la que luego hablaremos) para Ramón Menéndez Pidal, con el siguiente encabezamiento: “Copia de un manuscrito roto, sucio, y que dice así «Lo hizo (o escribió) fulano de tal en el año de 1750 a 6 de Marzo»”.

Tiene ya todas las características de los romances “para Viernes Santo”, en que se enlazan en larga e incoherente retahila múltiples temas y motivos del Romancero sacro.

Al siglo XIX pertenecen otros originales de versiones recogidas de la tradición oral en diversas comarcas y que hoy se guardan en el Archivo.

Mientras no vuelvan a ser descubiertos los originales manuscritos por el “acer, indomitus, libertatisque magister” don Bartolomé José, que un día estuvieron en poder de Pedro Sáinz Rodríguez y hoy no se sabe a dónde fueron a parar(20), las copias contrastadas por María Goyri y Ramón Menéndez Pidal de los dos romances que Gallardo anotó, estando, según en ellos se hace constar, en “la carzel de Sevilla” en 1825, seguirán siendo los “originales” de los primeros romances de la tradición española de tema profano recogidos de la tradición oral después del Siglo de Oro, contemporáneos de las primeras muestras de romances portugueses que obtuvo Almeida Garrett(21).

También se guardan en el Archivo textos que reproducen los originales de campo de las versiones recogidas por y para Marià Aguiló (entre ellas alguna por Jacinto Verdaguer) con anterioridad a la publicación de las versiones facticias que constituyen su Romancer popular de la terra catalana: Cançons feudals cavalleresques de 1893; Aguiló venía recogiéndolas desde antes de 1853(22). De algunas de esas versiones, obtuve personalmente las reproducciones fotográficas de los originales de campo(23); de muchas otras, conserva el Archivo las cuidadosas transcripciones (que incluyen la melodía) hechas, por colaboradores del “Cançoner Popular de Catalunya”, a partir de los originales manuscritos de Aguiló guardados en la Fundación Patxot(24). Es de esperar que la entrada del conjunto de los materiales de esta fundación en la Abadía de Montserrat haga algún día superfluo el recurso a los “originales” del archivo pidalino(25). También hay, junto a los materiales de Aguiló, fotocopias de alguna versión manuscrita de la Colección reunida por Pujol i Camps(26).

De Florencio Janer hay una versión manuscrita (con su cuidada caligrafía) procedente de las “cercanías de Santander(27)”, que se integró en el Archivo procedente de la colección de originales de Amador de los Ríos(28). También como parte de la colección de José Amador de los Ríos se incorporaron al Archivo una versión de Delgadina, con variantes, y dos romances religiosos anotados por Vicente la Fuente el 22 de Diciembre de 1881, representativa la versión con variantes de la tradición de “Navarra, Aragón y La Rioja” y las religiosas de la de Pamplona(29).

A 1896 remontan los primeros romances inéditos de origen sefardí del Archivo Menéndez Pidal oídos por un colector moderno: tres versiones de Orán recogidas por Salomón Levy(30) (aunque, a través de copias manuscritas, conocemos versiones de la tradición oral judeo-española de Sarajevo, Bosnia, que se anotaron en el s. XVIII, como enseguida diremos).

Cayo Ortega Mayor proporcionó a Ramón Menéndez Pidal cuatro textos que c. 1880 había recitado “una muchacha de Castro Fuentidueña (Cuéllar, Segovia)” llamándolos “cuentos” y otro de Muradillo de Roa (Burgos) “tal como se cantaba a mediados del siglo XIX”(31).

Pero estos fondos, que retrotraen hasta mediados del siglo XIX o incluso a mediados del s. XVIII la documentación de la tradición oral peninsular, judeo-española y americana existente en el “Archivo Menéndez Pidal / Goyri”, no son propiamente el punto de partida del Archivo, ya que entraron a formar parte de él tiempo después de haber sido creado y organizado(32). Lo mismo ocurre con las copias realizadas por Manuel Manrique de Lara en 1911 de manuscritos de los siglos XVIII(33) y XIX(34) procedentes de la tradición oral de los judíos sefardíes, y de los incipit de romances que, como referencia musical para los himnos litúrgicos o piyutín de Israel Naara se imprimieron en ediciones varias de su obra o fueron anotados a mano, por algunos usuarios de ella, sobre los ejemplares que poseían(35), que constituyen hoy por hoy la colección de “originales” más antigua del Romancero tradicional moderno, o con los gimarás (panfletos o libros de cordel) en caracteres hebraicos impresos en las stamparías de Salónica, Sofía, Esmirna y Jerusalén, verdaderas joyas bibliográficas, alguna de ellas única, que atesora el Archivo(36).

2. Descubrimiento de la tradición oral castellana en 1900.

La creación de un “Archivo” sobre el Romancero en la casa del matrimonio Menéndez Pidal / Goyri tuvo su punto de partida en una experiencia vivida en el singular viaje de novios que realizaron por la ruta del destierro del Cid el año 1900 en que finalizaba el siglo. En el curso de su excursión, se dirigieron a El Burgo de Osma (Soria), ya que querían aprovechar la circunstancia de que el eclipse de sol que entonces iba a haber era desde allí total; pero su atención se vio desviada hacia algo muy diferente(37), pues durante su estancia en aquel lugar tuvieron la ocasión de ver brillar nuevamente el “sol” de la, por varios siglos eclipsada, tradición oral castellana del Romancero: una mujer, que sólo podemos identificar con el poético nombre de “la lavandera del Duero”, natural de La Sequera (cerca de Aranda, Burgos), les cantó –y ellos anotaron(38)– los primeros romances de tradición oral procedentes de Castilla que se ponían por escrito desde que en el Siglo de Oro dejaron de recogerse(39). Entre ellos, el histórico o “noticiero” de la Muerte del príncipe don Juan, el heredero de los Reyes Católicos, que ocurrió en 1497(40).

Ramón Menéndez Pidal se apresuró a comunicar su hallazgo a Marcelino Menéndez Pelayo, que estaba publicando un “Suplemento a la Primavera y flor de romances de Wolf”, titulado Romances populares recogidos de la tradición oral (como volumen X de su Antología de poetas líricos castellanos, Madrid: Hernando, 1900) y que en la página 7 de esa obra se había condolido respecto al Romancero: “este caudal poético, al parecer, ha desaparecido casi completamente en las regiones centrales de la Península, en las provincias que por antonomasia llamamos castellanas”.

Al recibir la comunicación de los jóvenes investigadores, don Marcelino se apresuró a reproducir la carta, junto con los textos que en ella se incluían, como muestra de la existencia de un Romancero castellano aún vivo en la tradición oral, corrigiendo así en las páginas 220-222 del mismo volumen su desesperanzada conclusión de la página 7.

En su testamento abierto el 4 de febrero de 1967 (y ya anteriormente en un testamento ológrafo) Ramón Menéndez Pidal «encomendó», con excepción de sus trabajos de Historia Moderna de España, «a su nieto, Diego Catalán Menéndez-Pidal, la totalidad de los restantes trabajos en preparación y estudio, sobre los que viene trabajando en el Seminario Menéndez Pidal, con la recomendación de que ponga todo su interés y voluntad en continuarlos, para que puedan ser publicados». Aquella manda, más que en heredero me convirtió en administrador del «Archivo del Romancero Menéndez Pidal-Goyri» en el que se hallaban almacenados unos fondos que tanto él como yo considerábamos de interés, no sólo nacional, sino mundial.

El carácter inédito de una mayoría de los miles de versiones de romances procedentes de los más variados ámbitos del mundo hispánico que el Archivo atesora, las innumerables notas eruditas que durante todo un siglo han venido incorporándose a él y la riqueza informativa que este fondo documental presenta sobre campos de conocimiento que rozan tangencialmente al del Romancero me parecen razones imperativas para tratar de poner al día la conservación de tan preciosos materiales de consulta.

Dado el carácter privado, para uso personal, con que el “Archivo romancístico Menéndez Pidal / Goyri” fue concebido, ya que se trata de una documentación que estaba destinada a ser elaborada en una publicación sobre Epopeya y Romancero de dimensiones propias de unos Monumenta, los documentos reunidos en él no pueden ser fácilmente manejables por usuarios con intereses distintos a los de los formadores del Archivo sin contar con una catalogación y unos índices analíticos que pongan de manifiesto las múltiples potencialidades informativas de la documentación reunida. La imprescindible institucionalización del Archivo del Romancero creo que sólo tiene sentido acompañada de un esfuerzo previo de análisis de cada uno de los documentos que en él se hallan almacenados. Resulta, por tanto, preciso no sólo poder garantizar la conservación de los fondos, sino su accesibilidad; desde tiempo atrás he venido considerando evidente que “para que el Archivo Menéndez Pidal pueda ofrecer las ventajas de un gran centro de datos sobre el Romancero Pan-hispánico, alguna institución pública o privada tendrá que asumir la responsabilidad de dotarlo de una infraestructura y de acometer la informatización global de sus fondos”.

3. Los primeros pasos en la compilación de un Romancero oral pan-hispánico.

El descubrimiento de que Castilla, al igual que Portugal, Asturias, Cataluña o las comunidades judeo-españolas de Oriente, conservaba plenamente viva la tradición oral multisecular del Romancero, llevó a Ramón Menéndez Pidal y a María Goyri a realizar, en los años inmediatos, nuevas “encuestas”; y, vistos los resultados que sus primeras indagaciones les iban proporcionando, Ramón Menéndez Pidal tuvo muy pronto la tentación de dar forma a un Romancero propio, aunque de momento no quisiera interferir públicamente en un campo en que el maestro Menéndez Pelayo podía creer haber dicho la última palabra.

La tentación fue, en efecto, muy temprana. Cuando el hispanista Foulché-Delbosc, editor de la prestigiosa Revue hispanique, propuso a Menéndez Pidal, publicar conjuntamente, en la “Bibliotheca hispanica”, un Romancero(41), escribiéndole el 25 de Junio de 1901 en los siguientes términos: “Tendría V. inconveniente en publicar conmigo una edición de romances viejos? Si V. me dice que admite mi proposición, me comprometo en utilizar cuanto pueden tener la biblioteca de Paris, Londres, y –si posible– Viena; V. tendría que arreglarse con las de Madrid y la del marqués de Jerez en Sevilla, así como con las demás de España en que se pueda encontrar algo relativo a los romances (…)”, su corresponsal reaccionó negativamente, pues ya tenía muy claro el propósito de incorporar al romancero viejo tradicional el romancero tradicional moderno: “Siento perder colaboración tan preciosa del que ha probado ser el que mejor entiende lo que es la publicación de textos. Pero me parece muy difícil repartir el trabajo en cuanto a los textos, e imposible en cuanto a las notas. Además, la colaboración destruiría mi plan, que es comprender también los tradicionales de hoy, de que ya tengo buena colección de inéditos(42)”.

Aquel su “plan” formaba parte de un proyecto de trabajos que Ramón Menéndez Pidal creía poder concluir en los 25 próximos años de su vida y que, con todo detalle, anotó en una hoja bajo el título “Planes 10 Julio 1901″(43). Según ese proyecto el “Romancero general” ocupaba el tercer lugar y la “Fecha de acabar” que le correspondía era “Dic[iembre de] 1904”.

Sin embargo, Ramón Menéndez Pidal decidió no cerrar del todo la puerta a la colaboración. Algunos meses después, el 31 de Octubre, trataba de explicar por escrito a Foulché-Delbosc todas las cuestiones que, inicialmente, había querido reservar para una conversación cara a cara con él en Madrid(44).

Menéndez Pidal no veía inconveniente en el hecho de que su maestro estuviera imprimiendo un romancero: “Estando todavía en publicación el Romancero de Menéndez Pelayo acaso no le pareciera bien que yo preparara otro; pero a esto no doy importancia, pues creo que tampoco se la daría él. Cualquiera es dueño de renovar los asuntos que otro ha tratado, aun antes de los dos o tres años que tardaría el nuevo Romancero”; no obstante, tenía claro que, tras la reciente reseña negativa de Foulché-Delbosc a la edición de La Celestina de don Marcelino, él no podía entrar en un proyecto conjunto con el crítico de su maestro: “Pero que yo colaborase con V. de seguro enemistaba conmigo a mi maestro, a quien tanto debo; y este reparo no le chocará a V., ni lo tomará por escrúpulo monjil”, a menos de que Foulché-Delbosc moderara sus críticas a Menéndez Pelayo y, sin necesidad de “alabar lo que no sea loable”, reseñara en la Revue hispanique los últimos volúmenes de la Antología de poetas líricos castellanos dedicados al Romancero alabando lo en ellos loable: “Si se dijese del Romancero de la Antología que el texto no valía nada, pero que ofrece grandes y notables novedades como son la Tercera parte de la Silva, varios pliegos sueltos y la reunión en un cuerpo de los romances recogidos de la tradición oral, no se diría ninguna mentira”.

Superado ese grave escollo, Menéndez Pidal, con ciertas condiciones respecto a la forma de concebir la obra, se mostraba dispuesto a seguir adelante: “Si V. se decide por que hagamos juntos el Romancero, renunciaré gustoso a mi plan”; y, para que Foulché-Delbosc entendiera mejor esa renuncia, le explicaba ese “su plan” previo de “Romancero tradicional”. Gracias a ello lo conocemos tal como lo tenía pensado en 1901: “El Romancero que yo preparo(45) hace tiempo tiene dos partes: una de romances tradicionales recogidos en el siglo XVI; otra de los tradicionales recogidos en nuestros días(46), para ofrecer así dos sondajes de la tradición con tres siglos de intervalo. Tengo ya recogidos directamente por mí bastantes romances inéditos de Asturias, Soria y algunos procedentes de otras provincias (primero escribió: Andalucía); y creo que algunas otras(47)exploraciones que proyecto podrán ofrecer un conjunto nuevo en la materia. Si nos asociamos, tendré que omitir esta segunda parte, pues es imposible la colaboración en ella”.

A este tiempo remonta, indudablemente, un apunte en que se concreta el “Plan del Romancero”:

“I. Romances recogidos antiguamente, seguido cada uno(48) de notas de fuentes, lo más breve, sin copia de las crónicas más que estractos de la narración y palabras que se reflejen en los romances. Referencia a los romances de hoy que conservan todo o parte del Romance. Citas del mismo que prueban su difusión.

Apéndice. Música recogida antiguamente, calcada o mejor fotografiada directamente de Palacio y libros de vihuela, y si acaso, por nota, transcripción moderna.

II. Romances recogidos modernamente, reunidos por asuntos, sin atender a las regiones, incluyendo Portugal, Brasil, Cataluña y Galicia (Quizá los totalmente hijos de los antiguos fueran mejor con los viejos? No. Así se representan mejor, separados, [como] el resultado de dos sondeos de la tradición, el del siglo XVI y el del XIX-XX).

Música anotada modernamente”.

Complementarios de este “Plan” (aunque no escritos correlativamente) son dos diferentes apuntes en que se proponen recursos tipográficos para subrayar las clasificaciones(49).

Aunque Foulché-Delbosc propuso que Menéndez Pidal complementara la edición conjunta del Romancero viejo mediante otro tomo, de su exclusiva autoría, con los romances tradicionales y con el estudio literario, al parecer, Menéndez Pidal optó por reducir la obra en colaboración a la preparación de un volumen titulado Romances populares o popularizados en el siglo XVI, que exigía depurar la Primavera y flor de romances de Ferdinand Wolf de cuantos romances no respondieran a ese título. El 25 de Noviembre de 1901 así se lo explicó a Foulché-Delbosc(50): “Creo que hay que excluir muchos romances de la Primavera. Wolf admitió muchos para completar los ciclos, cosa que no nos interesa a nosotros nada. Así, de primera intención, creo deben excluirse los de la adjunta lista”(51) y, como comentario a la lista, añadía: “Creo debemos incluir en el romancero estas clases: 1º. R[omances] tradicionales del s. XVI.- 2º. Romances semiartísticos basados en otro tradicional.- 3º. R[omances] semiartísticos semi-populares. 4º- Juglarescos. Exclúyense los de Wolf semi-artísticos sin tono popular ni elementos tradicionales y los eruditos y trovadorescos, para poder titular el romancero Romances populares o popularizados en el siglo XVI”.

En cuanto al establecimiento de los textos, Menéndez Pidal proponía a Foulché-Delbosc el siguiente plan: “De Cracovia, me ofrece una copia fiel de los romances viejos de allí el Sr. Porbowicz; hace tiempo ya que me ha hecho su promesa y espero la cumplirá. De Viena, creo no necesitamos más que restituir a la ortografía vieja los romances que vio Wolf (Primavera I, p. V) y espero que me haga esta tarea un joven doctor, Sr. Klob, que me ayudó ya en otra cosilla; no sé si será excesivo el trabajo; ahora no me he formado idea de él.

Para los pliegos sueltos de Praga publicados por Wolf, no sé cómo nos arreglemos. De Munich no nos interesa el Cancionero de Romances de 1550, pues también existe en el Museo Británico; sólo, sí, el Cancionero de Constantina (Primavera I, p. LXXXVI y p. LVII) en lo poco que tiene, y se me ocurría pedirlo por intercesión de nuestra infanta Eulalia (que creo reside allí, no estoy muy enterado); pero si hay medio menos encumbrado siempre será mejor.

Su amigo de Vd. de Copenhage es pintiparado. El Dr. E. Gigas ha dado noticia: «Ueber eine Sammlung span. Rom. in fliegenden Blättern in der Königl. Bibl. zu Kopenhagen» en el Centralblatt für Bibliothekswesen, Vol. II, p. 157; no tengo este artículo y se me ocurre que lo mejor será lo vea V. ahí (que estará en la B[ibliotheque] Na[tionale]) para abordar desde luego a su amigo de V. Si V. hallara un ejemplar de el número citado, sería mejor tenerlo a nuestra disposición”(52).

Pese a tantos planes, el proyecto de edición conjunta fracasó. Un par de años después, Ramón Menéndez Pidal continuaba su camino solo, según nos deja ver una carta suya del 8 de Mayo de 1903 a Alfred Morel-Fatio(53): “El Romancero de Menéndez Pelayo me renovó la idea de recoger romances (…) y espero reunir versiones en gran cantidad para, cuando la obra de Menéndez Pelayo haya hecho su camino, planear un nuevo Romancero”.

A fin de ir preparando ese “nuevo Romancero”, el matrimonio Menéndez Pidal / Goyri, ya en 1901, había comenzado a elaborar listas geográficas de las versiones que iba reuniendo. Gracias a estas descripciones iniciales, en que María Goyri anotaba cuidadosamente los dos primeros octosílabos de cada versión y su procedencia(54), podemos reconstruir lo que habían logrado incorporar a su Archivo hasta esa fecha.

De “Soria” y “Burgos”(55) tenían 8 versiones: de ellas, las 6 adscritas a “Aranda”(56) son las dichas por la lavandera natural de La Sequera; las otras dos se sitúan en “Osma” y en “Villarejo sobre Huerta”, pueblos sorianos; la de “Osma” figuraba entre las que comunicaron a Menéndez Pelayo(57). El inventario que describe los “Romances de Madrid” incluye 17 versiones: una de “Valdetorres”(58), cinco de “Alcovendas”(59) y once de “Madrid”(60); y el de “Romances de Guadalajara” cuatro versiones, todas ellas de “Cardoso-Somosierra”(61). Entre los pocos “Romances andaluces” anotados, tres de ellos, procedentes de Málaga, dichos en 1901 por una niña de 10 años, sin duda lo fueron en Madrid, capital o provincia(62). En Asturias(63), “además de los de Juan”(64) que Ramón y María no describían en su listado, habían coleccionado once versiones de Linares y Solleres (Ribadesella), de Loroñe (Colunga), de San Juan de Amandi (Villaviciosa), de Pajares (Lena) y de Santa Eulalia (Allande)(65). Las de esta última localidad, puesto que las dijo la “criada” Concha, debieron de ser recogidas en Madrid; quizá ocurra algo similar con otras de las versiones(66). Los romances que en 1901 poseían de León habían sido recogidos en el mes de enero de boca de una criada recién llegada de Almanza a Madrid para servir en casa de Luis Menéndez Pidal; eran un total de 10 romances y unas coplas; otra versión leonesa les proporcionó asimismo otra criada venida a Madrid en ese mismo año(67).

Hasta aquí llegaban sus hallazgos personales en 1901. Pero ya por entonces Ramón Menéndez Pidal había conseguido la colaboración de varios eficaces corresponsales. El más activo de ellos fue Luis Maldonado, Catedrático de la Universidad de Salamanca. El 23 de noviembre de 1901 le remitía ya “cuatro” (en realidad cinco) romances “que ha tomado al oído en Piedrahita (Ávila) y Muñovela de Valmuza mi amigo el Sr. Martín Robles, un joven muy aficionado a los estudios filológicos a quien V. doctoró con nota de sobresaliente hace poco tiempo”, junto con “otro romance que he copiado yo mismo”. Al comienzo de esa carta Maldonado hacía notar: “No he escrito a V. antes porque esperaba a enviar a V. los primeros romances tomados de viva voz como V. desea”. Gracias a Maldonado las hojas de “Romances recogidos en Ávila y Salamanca” son las más copiosas. Incluyen versiones salmantinas, que en las listas se sitúan en “Florida de Liébana a dos leguas de Salamanca” (vulgo, Muelas): 1 versión, “Vitigudino”(68): 4 versiones, “Encinasola”: 1 versión, “Alba de Tormes”(69): 3 versiones, “Béjar”(70): 2 versiones, “Robliza”(71): 1 versión, “Villoria”: 1 versión(72), y “Muñovela”: 1 versión. Y, también, otras abulenses, adscritas a “Piedrahita”: 4 versiones(73). A esta lista de versiones hay que sumar otras once que, por su carácter (de “arrieros y ladrones”, “modernos”, “de pueblos”, “religiosos”) quedaron inicialmente “sin clasificar” y que Ramón anotó, apresuradamente(74), al final del inventario(75). En la recogida de estas versiones proporcionadas a Menéndez Pidal por Maldonado contribuyeron personas varias: Mariano Domínguez Berrueta(76), el médico Dionisio García(77), Pedro Antonio Martín Robles(78) y Carlos Sánchez de Terrones(79).

En la carta del 23 de noviembre de 1901 sugería Maldonado a Menéndez Pidal: “Unamuno tiene mucho de todo esto, pues todos le hemos ayudado mucho en sus investigaciones (…). Si V. le recuerda a Unamuno su ofrecimiento, creo que le enviará a V. todo lo que tiene y si no lo ha hecho ya será porque lo haya olvidado con los muchos asuntos que tiene”.

Pero, algún tiempo después, en otra de enero de 1902, Maldonado reconocería: “Se me olvidaba decir a V. que los otros romances que tiene Unamuno son los tres que envié a V. de M. Robles (la misma transcripción). Lo demás son cantares. Él ha ganado en el cambio la que le hemos dado. Lo que tiene que enviar a V. es el vocabulario”.

La aportación de Unamuno a la colección de romances sería, en efecto, mínima; pero no por ello deja de ser valiosa(80).

Gracias a Rafael Farias y Velasco, la colección se enriqueció con las primeras versiones de “Segovia”, tres versiones de “Nava de la Asunción”, y de “Valladolid”, dos versiones de “Tudela de Duero”(81), y con otra andaluza de Almería, del lugar de Gádor, muy interesante(82).

En fin, aunque de Portugal le llegaron tres versiones de Tras os Montes, eran procedentes de una publicación, no inéditas(83).

Vistas desde una perspectiva actual, esas 88 versiones reunidas entre 1900 y 1901, de que tan orgulloso se mostraba Ramón Menéndez Pidal, no nos parecen gran cosa, ni en su número, ni en cuanto a los romances en ellas conservados, ya que los temas de indudable interés para la historia del Romancero tradicional se limitan a dos: la Muerte del príncipe don Juan y El cautivo del renegado(84). Pero, dado lo hasta entonces conocido de la tradición en lengua castellana, acercarse al centenar de textos en poco más de un año de actividad parecía algo notable.

En los años inmediatos, 1902-1904, Ramón Menéndez Pidal y María Goyri continuaron la afanosa búsqueda de nuevas versiones de la tradición oral.

Ramón, juntamente con su hermano Luis, recogió en 1902 los primeros romances gallegos de la colección(85) de María Manuela García, de Armesto (Lugo), quien, según anotó Menéndez Pidal con referencia a ellos, “recitaba los romances castellanizándolos la 1ª vez; la 2ª, más de corrido, los hacía más gallegos. Prefiero esta segunda forma”. Eran un total de nueve textos los que María Manuela recordaba. Es posible que la recitadora fuera una criada de Luis Menéndez Pidal y que los hermanos nunca estuvieran en Armesto(86). También debieron de ser recogidas en Madrid las siete versiones de Valencia de don Juan (León) que se incorporaron al Archivo en 1902(87), y sospecho que tienen también un origen similar la mayor parte de las versiones asturianas recogidas en 1902(88): cinco versiones de Pajares, otras cinco de Mieres y dos y un fragmento de Santa Eulalia de Oscos. En ese mismo año Rosario Menéndez Pidal, anotó, al menos, siete versiones en el concejo de Ribadesella(89).

Pero cuando con más ahínco buscaron romances Ramón y María fue durante los veranos que pasaban en la Cartuja de El Paular en el Valle del Lozoya(90). En ocasiones, intentaron ampliar geográficamente el área de su recolección, visitando lugares alejados del Valle del Lozoya; pero, en sus primeros intentos, cayeron en el error de aceptar el apoyo de las “fuerzas vivas” de los pueblos visitados, quienes traían a su presencia a los mejores conocedores de las “antigüallas” regionales, cuyo saber nada aprovechable contenía respecto al romancero de tradición oral; tal les ocurrió en su visita a Atienza y Sigüenza (Guadalajara), según recordará Menéndez Pidal muchos años después(91). Sólo zafándose de la presencia y tutela de las gentes con autoridad, callejeando por los pueblos, lograron volver a topar con “la esquiva, la reacia musa de la tradición”. Su forma de conseguir que los vecinos, que les salían curiosos al paso, acabaran por recitarles o cantarles romances, consistió en enrutarles hacia el objetivo de sus pesquisas mediante la recitación por su parte de algunos comienzos de romances que se sabían de memoria(92). Aquel sería, en adelante, su método para conseguir romper el hermetismo de la tradición oral.

De la actividad recolectora en los pueblos cercanos a El Paular nos ha conservado noticia muy expresiva Jean Ducamin, el reciente editor del manuscrito S del Libro de buen amor, en la muy florida “Dédicace” a Menéndez Pidal de su edición de Pierre Alphonse, Disciplines de clergie et de moralités(93). En ella recuerda cómo, antes de dedicarse en 1904 a sus tareas de filólogo hispanista, pasó una parte de sus vacaciones en “ce frais, touffu et riant vallon” del Paular, “égaré au milieu des arides paysages, dénudés et graves de la Castille”. Vale la pena traducir algunos de sus recuerdos: “Hacia el 20 de agosto de 1904, después de haber hecho en diligencia, durante toda una noche y la mitad de un día, uno de esos viajes, tan largos, en cuanto placenteros, y tan cortos, al ser accidentados y pintorescos, como ya no pueden hacerse sino en España, arribé feliz a Rascafría. Usted me esperaba armado, a la expectativa de una caza de romances, con un fonógrafo, que le servía para dos fines: a veces, para recoger la tonada, cuando valía la pena; más a menudo, para engatusar a los posesores de la preciosa tradición, regalando con cualquier aire de música y de baile a aquellas gentes tan aficionadas a ella y a él.

Se acordará usted de aquella joven aldeana que escuchaba una de las jotas de su fonógrafo y que, rodeada de un corro de personas extrañas, hombres y mujeres, que le intimidaban un poco, no pudo por menos de exclamar «pero, chicos, ¡esto se baila!», alegremente sorprendida de que un instrumento tan notable de un señor tan sabio de Madrid se dignase participar en sus gustos, y, a la vez, profundamente asombrada de que, si aquello era para bailar, nadie se pusiera allí a hacerlo (…). Usted me llevó a la caza de sus queridos romances y también a recorrer aquella sierra, de la cual era usted el amante apasionado, hasta el Reventón, hasta la alta cumbre de Peñalara y hasta el puerto de Lozoya, por donde hace algunos siglos iba de Hita a Segovia el, quizá muy edificante, pero a menudo muy escandaloso, arcipreste Juan Ruiz (…). A la vuelta de estas excursiones, yo, siempre cansado y vago, a pesar de los generosos caldos al jerez de doña María, me retiraba a dormir unas interminables siestas, mientras ustedes, los infatigables, se ponían a inventariar el botín de la jornada o de la víspera(…)”(94).

En esos años primeros del s. XX “los infatigables” fueron pacientemente agotando los repertorios (por cierto, no muy ricos(95)) de los diferentes vecinos del Valle del Lozoya, naturales de El Paular y Rascafría(96), de Alameda(97) y de Pinilla(98). Sin necesidad de salir de él, obtuvieron también versiones de otros pueblos de la provincia de Madrid. La niña Inocencia, en El Paular, era de Valdetorres; “Penacho”, el que les acompañaba, corriendo tras las caballerías, cuando venían de Madrid a través del Puerto de la Morcuera(99), mientras sábanas, mantas y útiles de menaje necesarios para el verano viajaban en carreta de bueyes durante varios días desde Madrid a la Cartuja contorneando la sierra para coger valle arriba el río Lozoya, era de San Agustín de Alcobendas; también eran de allí naturales Agapito y la señora Agustina, y de Buitrago procedía Teresa; otros informantes testimoniaban la tradición de Colmenar de Oreja, de El Escorial, de la propia villa de Madrid.

El Valle de Lozoya había también atraído a sí a gentes de las provincias comarcanas: ya hemos visto que otro de los que dijeron romances al matrimonio Menéndez Pidal procedía de Cardoso (Guadalajara)(100) y eran más numerosos los venidos de Castilla la Vieja, del otro lado de la Sierra. De la provincia de Segovia procedían Josefa Nogales y Casimira Gómez,naturales de Aldealuenga de Pedraza; María Cristóbal García (28 a., 33 a.) y María Álvaro, de Matabuena; Anselma Sancho y Eusebia Agraos (48 a.), de Aguilafuente; Basilio Bartolomé (34 a.), pastor, de Arcones(101). Había también una mujer, Beatriz Pardo (de 44 a.), natural de Villacid de Campos (Valladolid), que resultó ser una buena transmisora de tradición romancística, ya que les dijo en 1904 trece romances(102).

Más extraña es la presencia en el Valle de dos levantinas: Plácida Gil, “la Alicantina”, natural de Elda(103) y María “la Cestera de Rascafría”, natural de Las Useras (Castellón)(104). Plácida dijo algún romance (que Menéndez Pidal anotó recogiendo al mismo tiempo las variantes de su hija Teresa Ortiz(105)), y María proporcionó a la colección las primeras y por muchos años únicas ocho versiones de romances de esa provincia del reino de Valencia(106).

En aquellos primeros años, Menéndez Pidal contaba con Felipe Pedrell para la música del romancero. Desde 1898, le venía instruyendo acerca de la música antigua; ahora, en 1900-1902, era su transcriptor de las melodías recogidas en el fonógrafo. En reciprocidad, Menéndez Pidal proporcionó a Pedrell canciones líricas que éste incluiría, años después, en el tomo I de su Cancionero musical popular español, Valls, 1919(107)

Ducamin, en vena lírica, sigue relatando(108) cómo, al final del verano de 1904: “Una mañana temprano, cuando por todas partes la hierba se motea de espantapastores, graciosos precursores del otoño, partimos a pie (…) y después de llegar más altos que los cambrones, a la cima del Puerto que era de la Fuenfría y es hoy del Reventón (salvo error en el primer hemistiquio), a fuerza de descender y descender de canchal en canchal, llegamos a La Granja. Allí hicimos un buen almuerzo en la Fonda de Embajadores, si no me engaño, y después nos separamos. Usted vuelve a tomar el camino de la Sierra y yo os contemplo zigzaguear hacia las cumbres mientras me alcanza la vista y, cuando finalmente desaparecéis, me invade una gran melancolía (…) una hora más pasada con usted (…) habría valido más que la mejor de las ediciones de todas las clerecías del mundo (…)”(109).

Pocos días después, era Ramón quien dejaba la Sierra y a sus recitadores de romances para ir a Burgos, debido a una circunstancia que Ducamin se complace en referir, asociándola al fonógrafo y a recuerdos del romancero de índole estrictamente familiar(110). Ramón aprovechó esa ida a Burgos para obtener romances de varias jóvenes y mujeres a las que tuvo ocasión de entrevistar(111). En las calles de la ciudad(112) logró reunir, el 24 de Setiembre de 1904, treinta y tres versiones, algunas representativas de la tradición urbana(113), otras de la de pueblos comarcanos, tanto burgaleses(114), como sorianos(115).

Posiblemente allí en Burgos, entró en relación con Francisco Olmeda, que acababa de publicar su obra Folklore de Castilla: Cancionero popular de Burgos (Sevilla, 1903). En esa publicación no se concedía especial atención a los romances(116); sin embargo, Olmeda dio a Menéndez Pidal una docena de textos, bien localizados, “además de los impresos en su Folklore de Burgos”, que, en copias de mano de María Goyri, incorporó a su colección(117). Una excursión a Burgondo, el 5 de Mayo de 1904, había permitido al matrimonio Menéndez Pidal / Goyri extender su labor recolectora a la provincia de Ávila (allí anotaron 12 versiones)(118).

Su amigo Farias les remitió un par de romances, continuando sus anteriores encuestas en Valladolid, entre ellos una versión de la Muerte del príncipe don Juan que le costaría varios intentos el completar(119).

También siguió siendo efectiva la colaboración de Luis Maldonado, quien debió ponerle en relación directa con el presbítero Dámaso Ledesma Hernández(120). El 11 de Febrero de 1904 ya Ledesma enviaba a Menéndez Pidal “cuatro cantos de la provincia de Salamanca” y le ofreció versiones del Conde Niño y de Los mozos de Monleón.

Otra actividad en que Menéndez Pidal ponía a principios de siglo grandes esperanzas era la de crear nuevos “corresponsales” que le facilitaran acceso a las áreas de la tradición oral inaccesibles para él.

Menéndez Pidal, interesado en las huellas dejadas en la Extremadura leonesa por el leonés medieval que allí se habló y, en general, por las peculiaridades de las hablas extremeñas modernas, estableció relación epistolar con diversos eruditos de la región. Ello le facilitó simultáneamente el encuentro de “corresponsales” que buscaran romances para su colección. Comparada con la sostenida con eruditos de otras partes, la correspondencia extremeña de Menéndez Pidal fue, indudablemente, la más productiva para el conocimiento del Romancero español(121).

El primer éxito fue entrar en relación con Rafael García-Plata, en Alcuéscar (Cáceres), quien el 6 de marzo de 1902 confesaba a Menéndez Pidal: “Tengo algunos romances, pero revueltos con muchos papeles (…) por esta razón sólo le remito el anticlerical(122) que usted desea saber”; pero quien, ya en 1903, en carta a Eduardo H. Pacheco (publicada en el número de junio de la Revista de Extremadura), podía afirmar satisfecho: “Ya verás en su día una buena colección de romances (quizás un centenar) que estudiará competentemente el sabio filólogo y académico de la Lengua D. Ramón Menéndez Pidal”; y, en efecto, fue transmitiéndole, entre 1902 y 1904, envío tras envío, una colección del lugar de Alcuéscar muy completa, de unas sesenta y seis versiones, junto con otras once de Albalá y dos de Miajadas (obtenidas estas últimas con la ayuda de Mario Roso de Luna)(123).

En cuanto a los ambientes en que el Romancero pervivía, García-Plata informó a Menéndez Pidal precisándole:

“1º Con relación a Alcuéscar, los pastores son los que mejor saben los romances. Algunas viejas también saben algunos, y suelen recitarlos en los hilanderos, pero estas son sólo una excepción.

2º. Los pastores suelen cantarlos, cuando se reunen a festejar cualquier suceso próspero, ya sea la buena suerte de un zagal que sacó buen número en el sorteo de quintos, o en días como el Corpus, Nochebuena, etc. Alguna vieja también suele cantar alguno, mientras duerme a los niños; pero esto es más raro. En el corro de la niñas también se cantan, pero los que emplean generalmente son aquellas rimas de diferente variedad de metro y asonancia y que contienen algún periodo para cuya representación necesiten adoptar diferentes posiciones de cuerpo (sentarse en el suelo, arrodillarse, etc.).

3º. El instrumento favorito de los pastores es el rabel, que ellos mismos fabrican de madera de olivo. En Alcuéscar, el pandero es ya muy raro y con la zambomba lo que más se canta son las coplas de Nochebuena y alguna rimilla retozona alusiva a cualquier suceso chistoso contemporáneo. El pandero y los hierrillos cuando más los usan es en las serenatas”.

Gracias a García-Plata, Menéndez Pidal pudo fácilmente pasar por alto las “autorizadas”(124) palabras de un escritor regionalista aparentemente muy compenetrado con los ambientes rurales como era José María Gabriel y Galán, quien, desde Guijo de Granadilla, le aseguraba el 27 de febrero de 1903: “Romances como los que V. me pide se están perdiendo tan aprisa, que pronto se acabarán ¡Y qué lástima! Vagas referencias hay de muchos que debieron ser lindísimos y de otros muy curiosos e interesantes (…). Ya no hay eso; no aprendimos”.(125)

Basándose en su experiencia previa de recolector, Menéndez Pidal, para evitar respuestas como las de Gabriel y Galán, redactó un manualillo de instrucciones para colectores en que se incluían principios de romances con los que abordar a posibles portadores de tradición y que distribuyó entre gente ilustrada extremeña cuyos nombres le facilitó Juan Sanguino, a los cuales hizo también llegar un cuestionario dialectológico. La distribución directa de los cuestionarios lingüísticos y de las instrucciones para colectores de romances tuvo muy buenos resultados. Uno de los recipiendarios fue Nicolás Izquierdo, profesor de Instituto en Palencia, que llegaría a recoger algún romance(126). Mayor importancia tuvo el que diera lugar al hallazgo de una mujer de extraordinario ingenio natural y creatividad (por más que se supiera “poco instruida en escritura, si en nada”): Gregoria Canelo, casada con el farmacéutico de Malpartida de Plasencia. Doña Gregoria era hablante del dialecto “chinato” propio de Malpartida(127) y además resultó ser una notable colectora e informante del Romancero local. Como ella misma explicaría a Menéndez Pidal, las versiones que le fue remitiendo “todas ellas las aprendí yo con canción o tonillo cuando tenía catorce o quince años, y oy tengo ya cuarenta y tres; me pondría a cantarlas si tubiera buen umor. Hija de labradores, y como fuera que en este pueblo se tenía la costumbre, fuera la posición cual fuere, salir los jóbenes a las sazones del campo, como es sembrar garbanzos, cabarlos, espigar, asestir a los segadores y cosecheros, en los ratos de siesta, merendilla o bolas se recordaban las canciones de otros tiempos (…)” (Malpartida de Plasencia, 19 de abril de 1903)(128).

También fomentó, indirectamente, Menéndez Pidal la publicación de algunas pequeñas colecciones reunidas por eruditos locales. En agosto de 1903 Daniel Berjano dio a conocer en la Revista de Extremadura, una colección de “Romances populares de la Sierra de Gata”(129), que Menéndez Pidal tomó como punto de apoyo, junto con otras publicaciones sueltas de romances por García-Plata, para hacer en ese órgano regional un llamamiento, con instrucciones para quienes se decidieran a cooperar en la tarea recolectora(130). Pero el llamamiento escrito no tuvo la repercusión de los contactos epistolares. Sólo parece haber tenido eco en Leoncio Bejarano, quien le remitió un par de versiones de Belvís de Monroy (1903) y, seguidamente, dio a conocer otras de su pequeña colección en la propia Revista de Extremadura(131).

Vistos en conjunto los resultados de su labor de incentivar la recolección de romances, no es de extrañar que, ya a comienzos de 1904, Menéndez Pidal, al intentar ampliar a comarcas extra-peninsulares sus pesquisas, pusiera a Extremadura como ejemplo de lo que podía hacerse: “Ejemplo patente de ello es Extremadura, que si hasta ahora no había contribuido al romancero general, está actualmente recogiendo un caudal riquísimo, que superará seguramente al ofrecido por Asturias; todo ello gracias a la cariñosa diligencia de unos pocos beneméritos amantes de aquella tierra”(132).